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El origen de las tradiciones navideñas


El tiempo de Navidad son fechas de tradiciones: poner el árbol, el belén, comer pavo en Nochebuena, Roscón de Reyes, mazapán, uvas en Nochevieja….Pero, ¿cuál es el origen de estas tradiciones?
Recordemos el origen de algunas de ellas:
Árbol de Navidad: La costumbre de poner el árbol nació en Alemania en la primera mitad del siglo VIII. El misionero británico San Bonifacio estaba dando un sermón, el día de Navidad, a unos druidas alemanes para convencerles de que el roble no era ni sagrado ni inviolable, y el «Apóstol de los alemanes» derribó uno. El árbol fue destrozando todos los arbustos al caer, excepto un pequeño abeto. San Bonifacio, interpretó la supervivencia del arbol como un milagro, concluyendo su sermón: «Lamémosle el árbol del Niño Dios». En los años siguientes los cristianos celebraron las Navidades plantando abetos. En el siglo XVI se decoraban los abetos en Alemania para festejar la Navidad; esta costumbre fue exportada con los emigrantes germanos a EE.UU, que la popularizó mundialmente. En España no se implantó hasta mediados del siglo XX.
Mazapán: En el siglo IV a.J.C. Arquestrando citaba que los griegos sentían aprecio por unas tortas elaboradas con almendras y miel; el austero Platón llegó a considerarlas poco recomendables para el pueblo heleno. Dos ciudades, Venecia y Toledo, reclaman el origen de estos dulces navideños. La leyenda italiana cuenta que el mazapán nació en Venecia hacia el siglo XVI, cuando surgió la idea de fabricar un tipo diferente de pan para combatir el hambre, triturando almendras y azúcar, que fue llamado marzipane o pan de San Marcos, en veneración al patrono de la ciudad. Otra historia atribuye la invención al gremio de panaderos italianos, llamados en la Edad Media “hermanos de Marcos”. Frente a estas versiones, cronistas de Toledo defienden que fue a raíz de la batalla librada contra los árabes por Alfonso VIII de Castilla, en el año 1212, cuando las monjas del convento de San Clemente comenzaron a elaborar cierta clase de pan a base de almendras y azúcar. Otros se inclinan por la teoría de que el mazapán entró en Europa a través de la península ibérica y desde Chipre, Creta, Sicilia y Venecia, siempre de la mano de dos pueblos refinados y golosos: el árabe y el judío.
Frutas escarchadas: Se dice que el origen es aragonés y murciano, aunque están ampliamente extendidas en Andalucía y La Mancha, como postre. Su empleo navideño es reciente. La cobertura del azúcar se usaba antes para disimular el mal estado de la fruta.
25 de diciembre, Navidad: La tradición situaba el Nacimiento de Jesús en el solsticio de invierno; y desde el siglo II se celebraba en los primeros días de enero la Teofanía, fiesta de la manifestación del Salvador, en la que se agrupaban su nacimiento, su bautismo y su adoración por los Magos. Puesto que unos días antes, el 25 de diciembre, los paganos celebraban el «Natalis Invicti» (Nacimiento del Invicto, que era el Sol), la Iglesia desglosó la Teofanía (actual fiesta de la Epifanía), la conmemoración del Nacimiento, fijándola en el 25 de diciembre, con el propósito de que el «Nacimiento del Invicto» pagano cobrara su sentido pleno al significar el Nacimiento del único Invicto, Jesús.
Nochevieja: Desde los primeros tiempos del Imperio Romano, enero estaba dedicado al dios bifronte Janus, que mira delante y detrás: al año que se va y al principio del que viene, por eso le representaban con dos rostros, uno barbudo y viejo y el otro joven. Los romanos invitaban a comer a los amigos y se intercambiaban miel con dátiles e higos para que pasase el sabor de las cosas y que el año que iba a empezar fuese dulce. Esta vieja costumbre romana fue poco a poco extendiéndose por Europa, donde con la misma finalidad de buenos deseos, comenzaron a ofrecerse lentejas, de las que se dice que propician la prosperidad económica del año que empieza. En la Edad Media, la Iglesia trató de oponerse a estas antiguas costumbres, pero no logró acabar con la atmósfera relajada y festiva que impera la noche del 31, la noche de San Silvestre, que se mantuvo como la última demostración pagana de las doce noches navideñas (las comprendidas entre la Navidad y la Epifanía), que la Iglesia consideraba como periodo de renovación para mejorar el año venidero. En España, la tradición de despedir con uvas el año podría datar de 1909.



Polvorones y matecados: Son de tradición andaluza, tienen su nacimiento en la época de las matanzas, ya que en su elaboración se usaba la manteca del cerdo. Antequera (Málaga) y Estepa (Sevilla), han sido capitales tradicionales de este dulce.
Pavo en Nochebuena: El pavo llegó a Europa procedente de Méjico, en el primer tercio del siglo XVI. Fue un recuerdo que trajo Hernán Cortés del Nuevo Mundo después de que los aztecas se lo dieran a probar. Allí era conocido con el nombre de guajalote. El pavo vivía también en estado salvaje en los bosques de Canadá y EE.UU. Los franceses que se aficionaron muy pronto a sus carnes lo llamaron dinde (de Indias). El pavo alimentó a los hambrientos colonos ingleses del Mayflower, que desembarcaron en Massachusetts y celebraron anualmente, desde 1620, una cena de Acción de Gracias a base de pavo relleno. En Europa lo introdujeron los jesuitas al llevarlo a sus colegios.
Reyes Magos: San Mateo es el único evangelista que menciona a los Reyes Magos, aunque no dice que fueran reyes, sino magos. Hasta el siglo IV no se estableció en tres el número de los reyes magos. Por esa misma época se decidió que uno de ellos fuese negro e incluso después del descubrimiento de América, en el siglo XV, se representó en ocasiones a Baltasar como un jefe indio. En el siglo IX se les designó por primera vez con sus nombres actuales y en lo que se refiere a la estrella que les guió, se hicieron conjeturas sobre una triple conjunción de los planetas Júpiter y Saturno a su paso por Piscis. La tradición afirma que esa gran estrella, una vez realizado su cometido providencial, estalló como una flor de luz, que esparció sus trozos por todo el mundo y que esos fragmentos se convirtieron en rubíes.
Roscón de Reyes: Este dulce, uno de los más antiguos de Navidad, tiene un origen pagano. El Imperio Romano celebraba la llegada del año nuevo el 1 de marzo. Los romanos atendían a las leyes del tiempo, porque al llegar la primavera desbordaban de vida los árboles y las plantas, y la luz aumentaba, lo que hacía creer que comenzaba un nuevo ciclo anual. En aquellos tiempos, desde mediados de diciembre a finales de marzo, se celebraban las fiestas de invierno, durante las cuales Roma celebraba la protección de sus dioses. Años más tarde, la Iglesia cristianizó esas fiestas paganas concediendo protagonismo a la fecha del nacimiento de Cristo al solsticio de invierno. Con motivo de aquellas fiestas se elaboraban unas tortas redondas hechas con higos, dátiles y miel, que se repartían entre plebeyos y esclavos. En su interior se introducía un haba seca y al afortunado al que le tocaba, era nombrado rey de reyes durante un corto periodo de tiempo. Hacia el año 1000 la Iglesia había logrado transformar el espíritu primitivo de la fiesta de tal modo que en diversos lugares de Francia la figura del «rey haba» recaía sobre el niño más pobre de la ciudad. Felipe V importó a España esta tradición del rosco como culminación de las fiestas de Navidad, desprovisto de todo simbolismo y cubierto de frutas escarchadas con alguna sorpresa escondida en su interior. La tradición de comer el Roscón de Reyes se mantiene con fuerza.
Turrón: Durante algún tiempo, los italianos defendieron la comarca de Cremona como cuna del turrón, aunque estudios posteriores fijaron el origen entre los árabes instalados en España. El primer documento escrito sobre el turrón data de 1603, y en él se describe cómo en la localidad de Jijona ya se fabricaban turrones. Los turrones de chocolate y frutas son originarios de los años treinta y cuarenta. Otras especialidades, como la yema, son casi coetáneas a las originales. El coco no llegó hacia el siglo XVIII.
Uvas de la suerte en Nochevieja: La tradición de tomar las doce uvas de la suerte, se remonta a principios del siglo XX. Esta costumbre, que es exclusiva de España, no se debe a motivos religiosos o culturales, sino a intereses económicos. En la Nochevieja de 1909, los cosecheros, en un esfuerzo por desembarazarse del excedente de uvas de ese año, impulsaron este rito de tomar las uvas de la suerte en la última noche del año, el 31 de diciembre.

El Acebo: Los monjes medievales llamaban al árbol de acebo (Holly, en inglés,) «Árbol Sagrado» (Holy Tree) porque se creía que mantenía alejados a los malos espíritus. También se creía que protegía a las casas de los rayos de tormenta. Los antiguos romanos decoraban el vestíbulo de su casa con guirnaldas de acebo durante la festividad de la Saturnalia, que tenía lugar a mitad del invierno. Más tarde, el acebo se convirtió en el emblema de la vida eterna; las hojas terminadas en punta representaban la corona de espinas llevada por Jesús y las bayas rojas, las gotas de sangre derramadas por éste. También pasó a representar la zarza ardiente del relato bíblico, en que Dios se manifestó a Moisés.
Es usado como adorno de Navidad, signo de buen augurio. Tal y como se concibe actualmente, fue implantado por la Iglesia Católica, en los albores del siglo VIII de la E.C., como parte de los procesos de cristianización de los paganos en las actuales Islas Británicas e Irlanda, mezclándose y asimilando parte de las antiguas creencias.
El acebo se caracteriza por su llamativo fruto rojo y hojas espinosas, y tiene la misma significación que el muérdago. Pero hay que recordar que el acebo y el muérdago son dos arbustos diferentes. En España la tradición del muérdago tiene poca implantación, siendo una costumbre más propia de EE.UU, sonde se implantó aproximadamente a mediados del siglo XIX, cuando los colonos del norte y centroeuropa lo llevaron como parte de sus costumbres.
En EE.UU y Latinoamérica es tradicional que si dos personas coinciden debajo del muérdago se tienen que besar; esto viene de la creencia de que el acebo es una planta sagrada a la que le atribuyen poderes mágicos, como atraer la fertilidad, prosperidad y el bienestar.La tradición dice que si una chica es besada bajo el muérdago en Nochebuena, encontrará el amor o conservará el que ya tiene, pero además atraerá la fertilidad.
En los países alpinos al acebo se le llama árbol de los sátiros, ya que se supone que aleja a los demonios de la noche, a los sátiros y a otros espíritus o duendes maliciosos. Por este motivo también se suele plantar en los cementerios. En la región de Aguisgrán se llamaba planta hurgón, ya que sus ramas se usaban para limpiar la chimenea.  Antes el hogar era considerado el corazón de la casa, el centreo alrededor del cual se movía la familia que formaba el hogar. La chimenea era considerada la puerta de entrada o salida para los espíritus. Había que mantener esa puerta limpia y alejar los malos espíritus que se pegaban al hollín, y para esto se necesitaba un instrumento con poderes mágicos: el acebo. Aún hoy en día en los países anglosajones las ramas de acebo siguen adornando las casas para que Santa Claus pueda entrar a medianoche y transmitir la bendición a la familia.
El acebo debe introducirse en una casa antes de Nochebuena y sacarse la Noche de Reyes. En el lenguaje de las flores, es el símbolo de la felicidad doméstica.
El muérdago: Es una planta que crece sobre otras, era sagrado para los celtas, cuyos sacerdotes y magos druidas lo recogían durante la noche del solsticio de invierno siguiendo un riguroso ritual.
Le adjudicaban todo tipo de propiedades, especialmente curativas, y todavía se mantienen acerca de él tradiciones como la que dice que si una muchacha recibe en Nochebuena un beso bajo el muérdago se casará al año siguiente. Para ellos, el muérdago era una planta mágica que utilizaban para protegerse de los rayos, de la maldad, de las enfermedades, para ayudar a las mujeres a la concepción y hasta para hacerse invisibles. Con los años, esa creencia de poderes mágicos fue pasando de generación a generación y se cree que fueron los italianos quienes por primera vez anunciaron el poder que esta planta tiene en el amor. Según la leyenda, en época de Navidad si te encuentras debajo de un muérdago deberás darle un beso a la persona amada para que tengas mucha suerte y amor eterno.
Para sustituir a una planta tan pagana, la Iglesia fomentó el uso del acebo, cuyas hojas pinchudas simbolizan las espinas de la corona de Cristo y cuyas bayas rojas, la sangre, como se ha explicado anteriormente; recordemos que el Jesús que nace es el que morirá después en la cruz.
Este reemplazo tuvo éxito masivo cuando se extendieron las tarjetas navideñas: el colorido contraste del acebo es mucho más atractivo que el verde del muérdago y terminó imponiéndose, aunque en muchos países continúan combinando las dos plantas para las coronas y los adornos de las Fiestas.
Coronas de Adviento o Navideñas: Son signo de dignidad y poder. Se acostumbran a poner en la entrada de las casas para mostrar esa dignidad de la familia que las habita. La corona procede de los países escandinavos y Alemania, tiene raíces simbólicas universales: la luz como salvación, el verde como vida, forma redonda como eternidad. Simbolismos muy coherentes con el misterio de la Navidad cristiana. Una tradición llevada a EE.UU por los colonos europeos y desde aquí popularizada en todo el mundo.
Adviento, del latín adventus, significa llegada o advenimiento. Es el período litúrgico que precede a la Navidad. El primer domingo de adviento (cuatro domingos antes de la Navidad) es el comienzo del año litúrgico. Adviento es un tiempo de espera, pero una espera activa, en la venida del Salvador. Es tiempo de oración y penitencia, porque preparamos nuestro corazón renunciando al pecado. También es tiempo de alegría y esperanza por la venida de Jesús.
Colores navideños: Tres colores son los que prevalecen: rojo, verde y dorado.
El verde es el color de la vida, de la Naturaleza, de lo fecundo. Es verde todo aquello que se propicia durante el solsticio de invierno.
El rojo representa la sangre que derramó Cristo y, por lo tanto, simboliza la generosidad hacia los demás. Pero también tiene un significado más antiguo, como color del fuego y de la sangre, no ligada a la muerte sino en su sentido vital.
El dorado, color de la luz divina, también lo es del sol, del oro y de las espigas maduras de las que la gente dependía antiguamente para sobrevivir. En ese aspecto, propicia también la prosperidad.
Velas, guirnaldas y bolas de adorno: Están relacionadas con el fuego y, por lo tanto, con la purificación. Es casi todas las antiguas religiones le daban este sentido: en tanto consume todo lo que toca, el fuego cierra un círculo que se reabrirá cuando todo renazca. Además, pocas expresiones había tan divinas como los rayos que caían del cielo.
Para el cristianismo, el fuego también es importante como símbolo de luz. En cierta, manera, la llama de una vela representa a Cristo como luz del mundo.
Según se relata en las escrituras, la Virgen María alumbró a Jesús en un pesebre, sin luz alguna. Por esto en muchos hogares se prenden velas y faroles, en puertas y ventanas para conmemorar aquella fecha.
En la antigüedad se encendían velas en las largas noches de invierno para ahuyentar a los malos espíritus. Hoy las velas representan un elemento capaz de iluminar, purificar y fecundar nuevas ilusiones y esperanzas de paz.
Las actuales guirnaldas de luces son una actualización de la función sombólica de las velas navideñas.
Las bolas de adorno que se cuelgan en los árboles de Navidad, son derivados de las manzanas, que en muchas culturas -desde la griega hasta la celta- estaban ligadas a la noción del «más allá».
Piñas y estrellas: Las piñas son símbolos de eternidad, ya sea por el cíclico retorno de la Naturaleza o, en un sentido cristiano, por la vida que se espera tras la muerte. Representan, pues, la inmortalidad y son un signo de esperanza en el futuro.

Las estrellas representan el mundo celeste: muchas culturas trataban de leer en ellas los designios de los dioses. Para la cristiandad hay una excluyente: la de Belén, que anunció al mundo el nacimiento de Jesús.
Nos recuerda a la estrella que llevó a los Reyes Magos desde Oriente hasta el pesebre donde nació Jesús. Lo mismo que ellos sabían que esa luz anunciaba la llegada del Mesías y el nacimiento de una nueva era, las estrellas simbolizan para nosotros la esperanza y los ideales para alcanzar una vida mejor.

Figuras de ángeles: Simbolizan el amor, la bondad, y la misericordia. Ellos son los encargados de hacer de mensajeros entre el cielo y la tierra.
En esta época se conmemora la aparición del ángel Gabriel a María. Al ángel Gabriel lo conocemos como el ángel de la Anunciación, pues le anunció a María en esta aparición, que ella había sido escogida por el Señor para que diera a luz su hijo. Por eso en Navidad se le recuerda y se le rinde homenaje con su imagen en el árbol de Navidad o en el nacimiento.
Campanas: Al igual que las velas ahuyentan a los malos espíritus. Para los cristianos hacen un recordatorio a la oración y la meditación.
Botitas, medias o calcetines: La leyenda dice que el Viejo Pascuero vió muy triste a un campesino en su humilde hogar y le tiró por su chimenea una reluciente monedita de oro y ésta cayó en su media roja que estaba colgada cerca del fogón. La primera mención que se hizo de estos elementos de Navidad fue a finales del siglo XIX, cuando el ilustrador Thomas Nast las retrató en alguna de sus obras pictóricas.
Es tradición dejar unos calcetines o zapatos con la esperanza que Papa Noel deje algún regalo para nosotros.
Manzanas, bolas y zuecos: Las manzanas, casi siempre de color rojo, representan un elemento mágico dotado de capacidad propiciatoria para lograr la abundancia de todo aquello que nos es imprescindible: salud, dinero, paz, amor, etc… Las bolas y los zuecos son igualmente trucos propiciatorios ancestrales.
Flor de Navidad: Es originaria de Centroamérica y algunas regiones subtropicales. Tiene grandes pétalos rojos.

La Navidad conlleva una serie de ritos sociales, algunos se remontan a costumbres paganas que han sido convenientemente cristianizadas. Veamos algunos de los más destacados:
Los regalos: Es una costumbre, heredada del neolítico, que tenía ciertos matices singulares en las fiestas del culto solsticial. Cada regalo era ofrecido a cambio de otro. Si no se cumplía el intercambio, la persona que lo recibía podía tener malos augurios. En un principio, la Iglesia se había opuesto, pero como no pudo desterrar esta costumbre fue reemplazada por la que existía en Roma el día primero del año, llamada estrenas (que deriva del latín Strena, que significa dádiva, regalo en señal de beneficio recibido). Al principio, simbolizaba que era el niño Jesús quien ofrecía los regalos y, más adelante, serían los Reyes Magos quienes distribuyeran los dones y, como tal, debían nacer del corazón, dádivas generosas sin pedir nada a cambio. En la actualidad, el intercambio de obsequios estrecha lazos afectivos entre familiares y amigos.
Fuegos artificiales: Otra de las costumbres más generalizadas consiste en disparar fuegos artificiales, tocar campanas, sirenas, petardos, disparos de escopetas y gritos. El origen de celebrar con fuesgos artificiales y mucho ruido data de una antigua tradición china que simboliza “la magia imitativa que asegura la provisión de luz y calor del sol y su finalidad es la de ser purificadora, ya que logra la destrucción de las fuerzas del mal”.
La mesa festiva: La mesa de Navidad y Año Nuevo, por lo general, se convierte en un lugar donde se come y se bebe sin límites. En este sentido, se retoma la antigua tradición pagana de “saturliana”, festividad que se celebraba del 17 al 24 de diciembre en honor de Saturno, el dios de la agricultura. Durante la saturliana, se suprimían las diferencias sociales y todos los habitantes del imperio romano se consideraban iguales. Se llevaban a cabo todo tipo de diversiones populares, loterías y juegos de azar. Con cantos y mucha alegría, la gente se liberaba momentáneamente de una rígida estructura social, y con la ayuda del alcohol, lograban confundir sus roles. En la actualidad, tanto en Nochebuena como en Nochevieja, sirven de excusas para que las familias se reúnan en torno a la mesa. En la sociedad secularizada actual, la alegría por la familia unida es el pretexto, y queda eclipsado el verdadero origen de este rito familiar: el nacimiento del “niño divino”.
Las comidas típicas son las nueces; el jamón cocido; el pudding de Navidad (potaje de maíz, ciruelas y carne); el pavo como plato central; el pastel de Navidad que se prepara con carne picada, frutas y especies; el pan dulce; además de la torta de Navidad o duodécima torta, cuya elaboración consiste en preparar una mezcla con frutas, especies y azúcar, que es decorada con estrellas, flores, coronas, etcétera. Dentro de la amplia gama de comidas se encuentran una variante de golosinas típicamente estacionales. El origen de estos productos se encuentra ligado al significado del trigo y otros granos, que tiene una importancia capital para la supervivencia humana. Desde épocas paganas, se tomó como el regalo más preciado de los dioses, simbolizado en el don de la vida y la inmortalidad, “el ciclo eterno de la fertilidad representado por el ciclo biológico del trigo: grano, siembra, vida, cosecha, muerte, grano y vuelta a empezar”. Por ello, este acto ritual se sigue repitiendo con el agrado de elementos típicos: todas las formas de pan, roscas de reyes, garrapiñadas, turrones, entre otras. Los símbolos que encierran estos banquetes se remontan a las antiguas costumbres, que luego pasaron al cristianismo. El “pudding de Navidad” y el “pan dulce” proceden de la antigua creencia de que los habitantes de un lugar podían conservarlo, no sólo como alimento, sino que los protegía de muchos males.
Con la posterior cristianización, los panes eran llevados a la Iglesia para su bendición. Después de la consagración, cada miembro de la familia comía un trozo y el resto lo guardaba para dárselos a personas o animales enfermos. El “roscón de Reyes” es una variante de la “rosca de Navidad”. Antiguamente, cada rosca contenía la figura de un hada. Las hadas representaban un símbolo muy peculiar; se la relacionaba con la muerte y los muertos, y la prosperidad provenía de ella (cielo, muerte/renacimiento), siendo un amuleto protector de desgracias. En el día de Reyes, final del ciclo de celebraciones navideñas –que incluían el culto a los antepasados muertos en las tradiciones precristianas y que, en suma, conmemoran el eterno renacimiento de la vida en el tránsito desde el invierno a la primavera–, el hada oculta en el roscón adquiere mucho sentido, dando a este dulce el carácter de “pastel de la suerte” por propiciar la fortuna de quien se encuentra la semilla leguminosa en su parte del bollo. Las bebidas tradicionales son el champagne, la sidra, una variedad de vinos y el infaltable ponche caliente que es una mezcla de azúcar, agua caliente, zumo de limón, especias, brandy y ron.

El brindis: Es otra tradición que no falta; se lo puede asociar con la antigua tradición celebrada en honor al dios Baco, quien argumentaba: La sedienta tierra se empapa de lluvia, bebe y se alampa para beber más. Las plantas chupan de la tierra y bebiendo sin vado se mantienen verdes y gentiles. El mismo mar […] se bebe dos veces mil ríos tan caudalosos que desbordan su vaso. El afanoso sol –como presumo por su rostro de borracho– se bebe el mar. Luego, luna y estrella se beben al sol, y al tiempo que beben, danzan su propia luz y están de fiesta toda la noche. Nada en natura es sobrio. Es un brindis inacabable que va a la redonda, de uno a otro ser.
A finales del siglo XVIII, los brindis comenzaron a adquirir solemnidad y se constituyeron como una tradición ritual de todos los banquetes y celebraciones. En Navidad, época de buenos deseos, el champagne o cava es la bebida festiva por excelencia.
La palabra “brindis” es de origen alemán ich bring dir´s que significa «yo te ofrezco» y “define el acto de alzar la copa antes de beber para desearle a alguien un bien u ofrecerle, dedicarle, prometerle o proponerle alguna cosa”.
Otra costumbre proveniente de España, nacida en el primer tercio del siglo xx, en el ritual central de la Nochevieja, es la conocida como las “doce uvas de la suerte”, que se invita a comer una por cada repique, con el preludio de besos, abrazos y deseos de felicidad para el año que se inicia. Si bien, muchos afirman que es una costumbre española, otros italiana, lo cierto es que relaciona con una antigua tradición judía, en la que se obsequiaban a los invitados tantas piezas de fruta de la propia cosecha como las horas que habían pasado juntos. Luego se la asoció con la Nochevieja.
Tarjetas navideñas: Es habitual que se envíe una tarjeta de felicitación para las fiestas. Esta costumbre se originó en las escuelas inglesas, donde se pedía a los estudiantes que escribieran algo que tuviera que ver con la temporada navideña, antes de salir de vacaciones de invierno y lo enviaran por correo a su casa, con la finalidad de que sus padres recibieran un mensaje de Navidad. Fue en 1843, en Inglaterra, cuando W. E. Dobson y Sir Henry Cole hicieron las primeras tarjetas de Navidad impresas, que tuvo una tirada de 1.000 ejemplares, con la única intención de promocionar las obras de arte que representaban al Nacimiento de Jesús, acompañada de una frase donde se expresaba felicidad y prosperidad. En 1860, Thomas Nast, creador de la imagen de Santa Claus, organizó la primera venta masiva de tarjetas de Navidad en las que aparecía también impresa la frase “Feliz Navidad”. Esta práctica se difundió por todo el mundo, y hoy se pueden adquirir todo tipo de tarjetas navideñas, incluso musicales.
Blanca Navidad: Otra característica propia de estas fechas es el recurso a la Blanca Navidad, que se refleja en la mayoría de las tarjetas y, en general, en todos los productos navideños que contienen paisajes invernales, con abundante nieve. Esto se debe a la influencia literaria ejercida por la obra Canción de Navidad, de Charles Dickens, publicada en 1843. El escritor inglés recordaba que las Navidades de su infancia siempre fueron nevadas, las que volcó en su libro y, muy pronto, se hizo tan famoso que la imagen de la Blanca Navidad se adoptó como típica. Se popularizó, aún más, con la película de Holl ywood, de 1943, Blanca Navidad, protagonizada por Bing Crosby y Fred Astaire.




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