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Estados Unidos en la guerra de Libia

Tal y como estaba pautado en los planes estratégicos militares, Estados Unidos coordinó y lideró el ataque contra las fuerzas militares de Muammar Gadafi con la superioridad y solvencia habitual. Veinticuatro horas bastaron para pulverizar las defensas antiaéreas y controlar el espacio aéreo libio, desactivar aeropuertos, radares y misiles, inutilizar aparatos en tierra, destruir sistemas de comunicaciones, centros de mando y control, y depósitos de municiones y combustible; todo ello especialmente alrededor de la capital Trípoli y a lo largo de la costa del Mediterráneo, prioritariamente objetivos en ciudades como Zuara, Tajoura, Sawani, Trípoli, Ghasheer, Misrata, Sirte y Bengasi. Un ataque que era imprescindible para proteger a la población civil de los ataques masivos del ejército libio bajo el mando de Gadafi y frenar su ofensiva, que hubiera derrotado ya a los rebeldes.

El lanzamiento en un primer momento desde buques, destructores y tres submarinos estadounidenses de 112 misiles Tomahawk contra 20 objetivos seleccionados por la inteligencia estadounidense, que ya son más de 192 en lo que va de intervención, las operaciones de control electrónico y radar mediante los AWACS, entre otros, y los bombardeos de los B-2 Spirit, procedentes de la base Whiteman (Missouri), sobre algo más de 40 blancos estratégicos, han liquidado esta guerra en apenas unos días. Porque, seamos sinceros, esta operación militar, solicitada fundamentalmente por los aliados europeos (Francia y Gran Bretaña sobre todo), no hubiera podido realizarse sin el liderazgo y la capacidad militar estadounidense, algo que ya empieza a notarse tras el paso atrás de Estados Unidos en el mando de operaciones de “Odyssey Dawn”, que ha estado comandada por el almirante de la Fuerza Naval Samuel J. Locklear, a bordo del buque Mount Whitney, desde donde fueron disparados los primeros misiles Tomahawk, y que está derivando en una guerra bastante caótica, sin objetivos claros y con una dirección política europea anárquica.
Queda por delante una intervención militar que precisará no sólo de seguir controlando el espacio aéreo sino también el terrestre si se desea frenar el avance de las tropas libias y la masacre de los que piden democracia. Y para eso se necesitarán tropas terrestres, todo lo demás va a ser una intervención muy limitada en la que Gadafi podrá jugar al gato y al ratón con las fuerzas de la coalición aliada y desplegar su estrategia a voluntad, ya sea atacar en todo el país o dividir el mismo en dos.
Libia puede convertirse en un verdadero quebradero de cabeza para quien decida implicarse a fondo en esta guerra, porque la verdadera solución al conflicto pasa por apartar a Gadafi del poder. Todo lo demás será alargar en el tiempo una guerra que puede tornarse muy peligrosa si Gadafi mueve a sus fuerzas militares a las ciudades, usando a los civiles como escudos humanos, o si promueve ataques terroristas en Occidente, como es probable que haga.

El despliegue norteamericano en la operación “Odyssey Dawn” ha incluido alrededor de 4.000 militares, 175 aviones, las fuerzas aeronavales de la VI Flota que han sido el eje de los ataques: el portahelicópteros Bataan, buques de apoyo, submarinos, el USS Mt. Whitney (buque insignia), USS Kearsarge (buque de asalto), USS Ponce (buque de transporte anfibio), USS Barry (destructor), USS Mason (destructor), aviones Sea Harrier de la V Flota, 19 aviones de combate F-15 y F-16, aviones A-10 Thunderbolt, Navy P-3C y bombarderos B-2 Spirit, entre otros. Un despliegue de material, bases y personal que ha costado sólo el primer día de guerra alrededor de 170 millones de dólares, más de 550 hasta ahora y que podría superar los 1.000 millones a corto plazo. Un coste nada despreciable, que habla del compromiso real de Estados Unidos con la democracia en Libia, pese a que pocos intereses estadounidenses tenemos en la zona.

Esta operación tiene varias fases en las que Estados Unidos, desde el principio, no previó participar en todas liderando las mismas. La primera fue la destrucción de las defensas antiaéreas libias para permitir que los aviones de la coalición puedan patrullar en condiciones de seguridad, algo que ya están haciendo los países que participan en tareas de apoyo, como España. Una vez concluida esa fase, el mando de la misión, que hasta entonces ha recaído en el general Carter Ham, jefe del Comando África de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos (Africom), ha sido transferido progresivamente a la coalición aliada y a la OTAN, lo que está provocando el habitual rifirrafe entre los europeos, que como siempre son incapaces de ponerse de acuerdo ni para ver quién dispara a quién o qué es lo que hay que hacer.
Las dudas que se plantean sobre el mando de esta guerra y el alcance de la misma, son también el reflejo de las dudas que rodean esta intervención y las diferencias entre los aliados, por ejemplo, los objetivos a alcanzar y la duración de la operación. Lo que está claro es que, pese a que no se ha implicado con el liderazgo habitual, la Administración Obama seguirá prestando soporte logístico, tecnológico y de inteligencia a “Odyssey Dawn” para la localización de objetivos y la derrota de las fuerzas de Gadafi. Les aseguro que no es poco, pero también que puede no ser suficiente para remover al dictador. Para eso es preciso otro tipo de estrategia militar y de voluntad política.

De esta guerra en Libia se desprenden otros datos interesantes, como que cuenta con un 60 por ciento de apoyo entre la población estadounidense, según un sondeo Reuters/Ipsos, inferior a otros conflictos. Es algo lógico porque la situación del país mediterráneo queda lejos en las preocupaciones inmediatas de los ciudadanos de este país. Entre los consultados, un 48 por ciento describió el liderazgo militar del presidente Barack Obama como «cauteloso y consultivo», un 36 por ciento como «indeciso y vacilante», y un 17 por ciento como «sólido y decidido». Lo que refleja bien la postura del presidente, que ha sido entre cautelosa y vacilante ante esta guerra. Otro 79 por ciento de los consultados afirmó que Estados Unidos y sus aliados deberían tratar de remover a Gaddafi, lo que parece del todo razonable, aunque ya sabemos que en política internacional no siempre existe eso, sobre todo si hay países europeos por medio.

Para cuantos apoyamos la guerra de Irak, y que aún apoyamos, es lógico apoyar esta guerra en Libia, aunque aún muchos de sus objetivos y estrategias deban redefinirse y ajustarse para lograr una Libia estable y democrática. La crítica constructiva no debe apartarnos de esa misión democratizadora de los países árabes que puso en marcha Estados Unidos cuando intervino en Afganistán y después en Irak, y de la que estamos recogiendo estos frutos de libertad que han madurado con el tiempo.




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