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Reforma Sanitaria, Obama y el Partido Demócrata

La aprobación de la reforma sanitaria por la Cámara de Representantes por 219 a 212 votos, en primera votación, ha marcado un éxito político importante para el presidente Obama, que no perdió el tiempo en rubricar la ley y regalar las plumas de la firma para empezar a capitalizar su triunfo.
Ha sido un momento histórico para Estados Unidos, aunque con lecturas claramente encontradas. De entrada, la votación 219-212 refleja lo ajustado de esta victoria. Lo segundo, todos los votos de aprobación han sido Demócratas, nunca antes una ley importante se había aprobado por un solo partido. Tercero, 34 demócratas también se han opuesto, lo que indica que algo falla en esta reforma. Cuarto, los errores que llevaba, ya obligaron a que la ley fuera retocada en el Senado y pasara por votación de la Cámara de Representantes una vez más. Quinto, jamás tampoco una ley de esta envergadura tuvo tantísima oposición en la propia ciudadanía, y lo que es más importante entre la clase media y los votantes independientes.
En torno a este tema se están contando demasiadas cosas y demasiado mal o de forma muy interesada desde ambos lados, los que están a favor y los que están en contra.

La reforma sanitaria aprobada se ha convertido en un éxito para Obama, pero quizá sólo a corto plazo. Al empeñarse en una reforma que la mayoría del pueblo estadounidense no desea (59 por ciento frente a un 39 por ciento, según encuesta de la CNN; el estudio llevado a cabo por la universidad de Quinnipac arroja que un 49% no aprueba la reforma y el 40% está a favor; el sondeo de Gallup señala que un 49% define la reforma como algo bueno y desciende al 40% el porcentaje de críticos), Obama ha convertido todo este asunto en una cuestión puramente partidista e ideológica. Nadie duda en Estados Unidos que la sanidad necesita de una profunda reforma coherente y eficaz para atajar los elevados gastos, para llegar a aquellos que aún no tienen cobertura, que son los menos, para impedir casos dramáticos y muertes innecesarias, y para mantener el mismo nivel de calidad que ha situado a este país en la vanguardia médica. Pero tampoco nadie duda que esta reforma no es la solución, ni de lejos.
Es cierto que la reforma dará cobertura a más gente, ampliando la tasa del 85% al 95% de la población, pero también que para hacerlo incurrirá en un gasto sideral que aumentará aún más con los años y que puede ser letal para la economía, profundizando un déficit federal y estatal disparado y sin control. Los riesgos reales de bancarrota del sistema a medio-largo plazo adquieren una perspectiva inquietante.

Tal y como han hecho las cosas los Demócratas en esta reforma, con todo tipo de triquiñuelas políticas, tratos bajo manga, engaños, y con un ataque frontal a los valores elementales de este país, como son la responsabilidad individual y la privacidad, y ampliando el poder y radio de acción del gobierno, es natural que la respuesta la esté dando la ciudadanía.
Obama se ha empeñado en esta reforma en un momento en el que no es el más propicio, cuando la gente tiene otras preocupaciones más urgentes (el empleo, el déficit, la deuda…), y sin plantear medidas realistas para sacar adelante la reforma cuando haya que ponerla en práctica. Parece que sólo persiguiera el éxito de la votación, de la aprobación de la ley, ofrecer en bandeja a sus seguidores un triunfo político. Y así es en cuanto a su estrategia política. Como presidente y ser humano preocupado por la salud de sus conciudadanos, sus intenciones son honestas, y esto también hay que decirlo y reconocerlo. La cuestión es ¿qué hará cuando haya que financiar esta reforma? ¿Más déficit? ¿Más impuestos? Él quizá ya nada, porque no estará en la Casa Blanca, y si estuviera el alza impositiva será segura.
Es probable que el éxito de esta reforma sanitaria se convierta en un arma de doble filo para el presidente y los Demócratas. La miel del éxito la están saboreando ahora, pero puede ser un éxito pasajero. Si la situación económica no mejora claramente, con un boom espectacular que permita asumir este nuevo gasto sin problemas (algo que podría suceder…Todo es posible en América), sólo le quedará la vía del déficit o más impuestos. Dos medidas altamente impopulares para los estadounidenses, que podrían pasar factura en las elecciones intermedias y en las presidenciales.

Con el empeño en sacar adelante la reforma sanitaria, el presidente Obama está jugando toda su presidencia, e incluso la posibilidad de la reelección en 2012, al recorrido que tenga esta reforma, ligando su presidencia y su suerte a la misma. Esto es peligroso porque se trata de un empeño puramente ideológico, el pueblo no deseaba esta reforma ni en este momento, y va a ser un tema candente de campaña electoral para noviembre. Con una gran parte de la población movilizada en contra, los Demócratas lo pagarán muy caro, en pérdida de escaños. Aunque está por ver hasta qué punto.
El presidente se ha vuelto a equivocar al situar la reforma sanitaria como prioridad nacional cuando realmente no lo es, cuando lo que preocupa a la mayoría es el empleo y el excesivo gasto público; un gasto que precisamente la reforma disparará. Obama ha perdido una oportunidad de adoptar una agenda política equilibrada y pragmática. Al hacerlo apuesta todo el capital político que le queda, que ha menguado considerablemente en la lucha para sacar adelante esta reforma, en su compromiso con una agenda política claramente ideologizada, que se inclina por otorgar amplios poderes al gobierno federal. Esto tiene enormes riesgos, que se podrían concretar en que se quede en un presidente de un solo mandato y no salga reelegido en 2012. Pero, no nos engañemos, también le puede proporcionar ventaja y ese margen de victoria que conceden los éxitos importantes y con carácter histórico. Y esta reforma lo es. Tampoco hay que infravalorar la presentación que van a hacer los Demócratas, que ya están haciendo, como un paso adelante en la evolución del sistema, de situarse en el lado correcto de la Historia. Eso es algo que vende bien y gana votos.

Obama puede alardear de ser el primer presidente en sacar adelante la reforma sanitaria que tanto han perseguido los Demócratas durante décadas, y eso le supondrá el respaldo de muchos millones de ciudadanos que ven con buenos ojos esta reforma, aunque sea a un precio estratosférico que no se sabe muy bien cómo se va a pagar. O mejor dicho sí se sabe: con más impuestos.
El momento político en Estados Unidos es apasionante, aunque cuajado de riesgos, porque esta reforma puede marcar el despegue de su presidencia a un nivel superior o su desplome definitivo. La victoria de Obama puede ser muy efímera o adquirir consistencia con el tiempo. Ahora mismo se mueve en esa frontera. Con las elecciones de noviembre a la vuelta de la esquina, el escenario que se respira en las calles y en la política nacional es de transformación y casi de revolución. La transformación que la Administración Obama quiere imprimir a este país, cambiando algunos de sus fundamentos y objetivos, y de revolución por parte de la oposición conservadora (tanto de los Republicanos como de los Independientes y Demócratas conservadores) que están conectando mejor con las preocupaciones de la ciudadanía en este momento y con la defensa de valores que han funcionado bien. Si los Republicanos avanzan sustancialmente en el Congreso en las elecciones intermedias de noviembre, la presidencia de Obama puede tener los días contados y ver cómo sus opciones de influir en las políticas de este país, a través de leyes importantes y de los nombramientos de los jueces para el Tribunal Supremo, se esfuman, y con ellas esa transformación social que pretende. Las Legislativas de noviembre van a ser más apasionantes que nunca.

Por todo ello, esta reforma sanitaria puede ser una oportunidad de oro para que los Republicanos resurjan con fuerza, retomen su voz y sus mejores tesis, y encaminen al país por las políticas que desean la mayoría de ciudadanos.
La viabilidad de la reforma sanitaria de Obama se presenta tan problemática y judicializada (14 Estados ya han presentado recursos contra el gobierno federal alegando inconstitucionalidad e intromisión en la libertad de los Estados; y podrían unirse más) que esta victoria inicial, acaso podría ser todo lo que tengan para celebrar los Demócratas. Si pierden el Congreso, nada podrán hacer para influir en el Tribunal Supremo y otras cortes, y con más de la mitad de los Estados en contra y gran parte de la opinión pública, la presidencia Obama estaría acabada.
Lo interesante vendrá después. Los Republicanos van a luchar contra esta reforma, y algunos de los posibles candidatos en 2012, como Mitt Romney, ya se ha inclinado por su revocación. Otros también lo harán. Aunque todo hay que decirlo: es pura política electoral. Cualquier Republicano que se encuentre con esta reforma en el Despacho Oval, lo que tratará de hacer es mejorarla en todos los aspectos que se pueda, que son muchos, con una orientación más hacia el mercado y el respeto de las libertades y la calidad de la sanidad de la que ya disfrutan la mayoría de los estadounidenses, así como el impulso a una financiación más adecuada y una gestión más decentralizada.

Será interesante ver la trayectoria de esta reforma, que en cualquier caso sólo empezará a aplicarse de forma general a partir de 2014, hasta alcanzar esa cobertura adicional de 32 millones de personas en 2019; hasta entonces sólo veremos algunas medidas, entre ellas las más populistas, y algunas que perseguirán recaudar el dinero para financiarla, una parte más dura e impopular.
Pero aún más interesante que eso, será debatir y poner en marcha medidas de reforma verdaderamente eficaces, alejadas del sectarismo ideológico y que respondan a los desafíos de una población que desea asistencia sanitaria de calidad, libre, competitiva, accesible, justa y para todos los ciudadanos posibles. Bien mediante seguros médicos privados, o con programas de asistencia para los más desfavorecidos, que no tienen por qué ser financiados masivamente con dinero público, como ya hay ahora algunos de ellos.
La auténtica reforma sanitaria, que la haga viable para las próximas décadas, que sea de calidad y no un pozo sin fondo de gastos, queda en realidad pendiente. La esperanza es que la agenda conservadora tiene intactas sus propuestas, más razonables que esta reforma, y que el pueblo tendrá oportunidad de votar en próximas citas electorales, eligiendo en libertad lo que verdaderamente quiere hacer en este tema.




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