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Enfoques Históricos de Estrategia Militar – III

De forma simultánea a los conflictos asimétricos, los expertos militares analizamos otro riesgo que ha adquirido un nivel alarmante en este siglo XXI: la proliferación incontrolada de armas de destrucción masiva y su posible adquisición por grupos terroristas o rogue states (Estados fallidos o fuera de la ley). En el caso del Afganistán de los Talibanes, se daban los dos factores de riesgo, por lo que el desenlace en un conflicto abierto era inevitable, y mucho más desde el 11-S. El riesgo sigue estando presente, incrementado por la presencia de Al Qaeda.

Entre los parámetros que estudiamos se encuentra el carácter limitado de las guerras en este siglo XXI. Las nuevas tecnologías en armamento y medios de comunicación, en especial Internet, además del uso del terrorismo indiscriminado y el recurso de éste a la guerra química, bacteriológica o nuclear, hicieron necesario desarrollar una nueva estrategia militar, ya que los conflictos siguen siendo limitados en su espacio geográfico (Afganistán, Iraq), pero en la práctica pueden lanzar sus acciones en cualquier escenario. El 11-S es el punto de inflexión de las más recientes estrategias militares puestas en marcha, el ejemplo paradigmático de estos nuevos tiempos caracterizados por el terrorismo islámico internacional y las amenazas asimétricas.
En los últimos años, los estrategas y analistas hemos puesto de manifiesto que las operaciones militares de los próximos años, serán muy costosas y se desarrollarán con fuerzas especializadas, reducidas y difíciles de reemplazar. Algo que ya se ha puesto de manifiesto en las guerras de Afganistán e Iraq. Lo cierto es que el armamento y la munición de última tecnología son muy caros de producir, y los efectivos humanos implicados en su manejo tienen una formación muy elevada y valiosa, tanto económica, como humana y profesionalmente, que no se puede sustituir a corto plazo. Esto plantea retos inaplazables en formación e inversiones.
De ahí la importancia de invertir adecuadamente los recursos necesarios en fortalecer el poder militar norteamericano, que es el pilar indiscutible de la seguridad de los Estados Unidos y el mundo libre, así como de actualizar la estrategia a las nuevas amenazas y entornos.
Es preciso destacar que hasta el 11-S, la estrategia militar se basaba de forma general en mantener unas áreas de estabilidad o seguridad en el mundo para impedir que las consecuencias de los conflictos bélicos llegaran hasta el país; lo mismo vale para Estados Unidos que para Europa y el resto del mundo occidental, que seguían la misma estrategia. Pero todo cambió el 11-S, cuando los terroristas islámicos de Al Qaeda penetraron en territorio norteamericano y atacaron algunos de los símbolos del poder de los Estados Unidos. Ahora sabemos que el enemigo puede llevar el terrorismo hasta nuestros hogares, desatando el caos y el pánico, como de hecho lo han desencadenado varias veces. En una nueva forma de guerra irregular que impide el aislacionismo y fuerza el intervencionismo.
La estrategia de seguridad nacional norteamericana siempre ha basculado entre una y otra doctrina para preservar el liderazgo y el interés nacional. En 2010, con nuevos escenarios de riesgos, de nuevo se nos plantea la necesidad de modificar la estrategia militar y sus conceptos para hacer frente a los peligros que afrontamos: Al Qaeda, amenazas de misiles de Irán, Corea del Norte, armas bacteriológicas, etc.

La Administración de George W. Bush formuló una estrategia basada en combatir el terrorismo mediante una guerra global en todo el mundo. Afganistán e Iraq siguen siendo dos conflictos abiertos en ese contexto específico, que representan mejor que nada los nuevos riesgos asimétricos que surgen por doquier.
Es evidente que la estrategia operativa, la conocida como doctrina Powel, recuperó la idea de la “victoria total” para evitar situaciones como las de Vietnam, basada en el uso de una fuerza masiva, agilidad estratégica, superioridad tecnológica, flexibilidad de movimientos y la acción coordinada de fuerzas, combinándose con una estrategia que se apoya en la intervención creciente de fuerzas especiales y de operaciones de Inteligencia.

Lo que estamos comprobando con cada nuevo conflicto bélico, en el marco de la guerra contra el terrorismo, es que las estrategias militares deben cambiar continuamente con flexibilidad para adaptarse a las circunstancias del momento, a los escenarios de riesgos, y al enemigo. Afganistán es un tipo de guerra diferente a Iraq, aunque en ambas ha sido preciso combinar flexibilidad estratégica, y aplicar el concepto del “surge”, acuñado por el general David Petraeus, y seguido por el general Stanley McChrystal, un incremento de tropas acompañado de acciones de negociación, misiones de Inteligencia y combates estratégicos.
Las actuales consideraciones geopolíticas, ya no permiten una guerra relámpago y retirada inmediata del escenario. La guerra contra el terrorismo ha abierto una nueva estrategia en la que prima la flexibilidad y el cambio para hacer frente a las amenazas, que se modifican constantemente, así como una presencia “in situ” más prolongada, lo cual conlleva riesgos de más bajas al tener que desplegar tropas terrestres en los escenarios de conflicto, expuestas a ataques de carácter terrorista o de la insurgencia.
La nueva estrategia militar estadounidense se ha hecho más ágil y versátil, no es inamovible, y basa su éxito tanto en las nuevas tecnologías como en la intervención de las fuerzas especiales, cuyo papel es cada vez más relevante, como estamos viendo en Afganistán y ya vimos en Iraq, con intervenciones estratégicas contra objetivos seleccionados de importancia vital.

Para vencer a largo plazo en esta guerra contra el terrorismo, se ha trabajado en una nueva estrategia militar recogida en el “Quadrennial Defense Review”, un programa militar previsto hasta 2015, en el que se plantean como misiones clave el antiterrorismo, la contrainsurgencia y el fortalecimiento de los presupuestos de las Fuerzas Especiales, así como el incremento de las misiones de los vuelos de aviones no-tripulados (Predator y Reaper), los conocidos “Drones”, más ejecuciones extrajudiciales contra terroristas o insurgentes en Iraq, Afganistán, Pakistán y Yemen, entre otros escenarios claves.
Para saber aplicar lo mejor posible esta estrategia, tan importante es la preparación exhaustiva, la efectividad de las Fuerzas Armadas, y su equipamiento tecnológico, como la voluntad y la determinación política en los conflictos bélicos.
De la aplicación certera de esta nueva estrategia militar, concebida para la victoria en los conflictos bélicos, y su adaptación flexible a los riesgos que surjan, dependerán las libertades que han hecho de los Estados Unidos el país líder del mundo, y la propia seguridad de la nación.




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