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Agua viva

2.- Agua viva (Jn 4, 1-43)
También Jesús se cansaba. Como cualquier otra persona, se vio obligado a tomar asiento al borde de un pozo y esperar, allí, un poco tiempo mientras sus discípulos volvían.
Sin embargo, como ninguna ocasión perdía el Maestro, al ver venir a la mujer samaritana seguramente ya podría estar pensado qué le iba a decir y aprovechar tal momento para, como luego pasaría con los discípulos de Emaús, abrir su mente.
Así lo cuenta Juan en su Evangelio:
“1 Cuando Jesús se enteró de que había llegado a oídos de los fariseos que él hacía más discípulos y bautizaba más que Juan – 2 aunque no era Jesús mismo el que bautizaba, sino sus discípulos-,3 abandonó Judea y volvió a Galilea. 4 Tenía que pasar por Samaria.

5 Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la heredad que Jacob dio a su hijo José. 6 Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta.

7 Llega una mujer de Samaria a sacar agua. Jesús le dice: «Dame de beber.» 8 Pues sus discípulos se habían ido a la ciudad a comprar comida. Le dice a la mujer samaritana: 9 «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?» (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.)
10 Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de beber», tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva.»

11 Le dice la mujer: «Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, tienes esa agua viva? 12 ¿Es que tú eres más que nuestro padre Jacob, que nos dio el pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»

13 Jesús le respondió: «Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; 14 pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.»

15 Le dice la mujer: «Señor, dame de esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla.»
16 El le dice: «Vete, llama a tu marido y vuelve acá.»
17 Respondió la mujer: «No tengo marido.» Jesús le dice: «Bien has dicho que no tienes marido, 18 porque has tenido cinco maridos y el que ahora tienes no es marido tuyo; en eso has dicho la verdad.»
19 Le dice la mujer: «Señor, veo que eres un profeta. 20 Nuestros padres adoraron en este monte y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar.»
21Jesús le dice: «Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. 22 Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. 23 Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren. 24 Dios es espíritu, y los que adoran, deben adorar en espíritu y verdad.»
25 Le dice la mujer: «Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicará todo.»
26 Jesús le dice: «Yo soy, el que te está hablando.»
27 En esto llegaron sus discípulos y se sorprendían de que hablara con una mujer. Pero nadie le dijo: «¿Qué quieres?» o «¿Qué hablas con ella?»
28 La mujer, dejando su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente:
29 «Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será el Cristo?»
30 Salieron de la ciudad e iban donde él.
31Entretanto, los discípulos le insistían diciendo: «Rabbí, come.» 32 Pero él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que vosotros no sabéis.»

33 Los discípulos se decían unos a otros: «¿Le habrá traído alguien de comer?»
34 Les dice Jesús: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra.
35 ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? Pues bien, yo os digo: Alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega. Ya 36 el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador.
37 Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador: 38 yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga.»
39 Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que he hecho.»
40 Cuando llegaron donde él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. 41 Y fueron muchos más los que creyeron por sus palabras, 42y decían a la mujer: «Ya no creemos por tus palabras; que nosotros mismos hemos oído y sabemos que éste es verdaderamente el Salvador del mundo.»
43 Pasados los dos días, partió de allí para Galilea.”
Jesús posiblemente pensó:
“Como el criado de padre Abraham, siervo de Dios como yo, también espero que aparezca, llegue a mí, quien me dé agua y quien prefiera de la que yo le daré; a la suya terrena, divino llenar de vida, instante cierto para rememorar tan insigne sorbo de amor. Como aquel que, confiado en su destino, atado inseparablemente a la voluntad del Padre, Dios nuestro, sólo ansiaba el conocer, el sentir la cercanía de un corazón que, sin saberlo, iba a cambiar de rumbo, mirando, con otros ojos, del alma, la exactitud de un camino nuevo que emprender para volver, así, a la senda que, bien trazada, nunca se debió abandonar.

Tan cierto estoy como de que ahora reposo, cansado de mi andar por esta tierra, sediento de sentir el polvo de mis pasos en mi cara, es que muchos no comprenderán que la misericordia no puede conocer espacios en los que se ausente, ni huir, despavorida, de quien ha de ser, por fuerza eterna, destinataria de su menester. De aquí que, aunque sean extraños al pueblo elegido por Abbá, que en su eterna sabiduría no yerra, porque nazcan y vivan, y vivan y mueran, en algunos de los que son extranjeros, lejanos, otros, no lo son, ni extranjeros, ni lejanos, ni otros, para su corazón ya que en su pensamiento, en su mirar, también ellos merecen la luz y también ellos han de recostar su alma en la acogedora estancia de sus sílabas.

Y yo… aquí espero, para escanciar en sus corazones, un nuevo aliento del Espíritu, una esencia, un elemental ser, que les conmine a cambiar, a comprender, a entender, a ver.

Es, también cierto, que no faltará quien sostenga que es innecesaria la ternura de una mirada porque ya existen leyes que obligan, porque el corazón no es contemplado por mortal alguno y en lo externo se nos ve. Pero yo les inquiriría sobre el qué alimenta su existencia, sobre qué les hace caminar, paso a paso, hasta un cierto y asegurado adiós, fosa que tanto nombra el salmista; si existe agua que les calme esa sed inabarcable en su mundo que consumen.

Hacer ver… que mi agua es agua viva que, para la eternidad, guarece de la muerte del alma y aclama la gloria de Dios, Abbá amado, que mi agua es agua interior que enriquece, como savia vivificadora, salvadora; que, como espacio infinito, llena de luz los ojos que buscan y no encuentran. Que sepan, como supo Isaías, reconocer que sacaremos agua con gozo, ¡agua con gozo, dijo!, de los hontanares de salvación.

Porque este agua, que no se ve porque es Palabra, que yo les ofrezco, les ha de calmar su ansia de futuro, les ha de hacer ver las praderas del Reino de mi Padre ahora, aquí, y disfrutar de una anticipada eternidad que en su presente, por la fragilidad de su hacer, no captan, embotado de mundo como tienen su corazón, el mismo que se ha trocado en nido donde toda humanidad insensible tiene asiento.

Porque es mi agua manantial que nunca cesa de brotar, que nunca agota su gracia y que sacia la sed del alma hasta dejarla repleta y dejar el pasado en ese tiempo pretérito olvidado, porque esa fuente ya agotó aquel antiguo bienestar”.




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