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Bisontes americanos

Históricamente, las grandes llanuras norteamericanas fueron un paraíso para uno de los animales más representativos de Estados Unidos: el bisonte. Millones de ejemplares habitaban entre el río Misisipi y las Montañas Rocosas, cubriendo las praderas y desplazándose en enormes manadas que hacían temblar la tierra en sus estampidas.
La caza salvaje y sin control que se ejerció sobre esta especie, una de más agresivas, llevó al bisonte casi a su extinción en una campaña de aniquilación y exterminio sin precedentes. Para hacernos una idea sirven algunos datos: se calcula que antes de la llegada de los europeos en América del Norte había entre 40 y 50 millones de bisontes. Pero ya en 1890 únicamente quedaba una pequeña manada en estado salvaje, de unos 50 ejemplares, refugiada en el parque nacional de Yellowstone. Otros 700 bisontes se distribuían entre ranchos privados y algunos zoológicos de Estados Unidos, si bien muchos de ellos se habían mezclado con ganado vacuno.
De acuerdo a los cálculos de algunos expertos, en un periodo de sólo diez años (entre 1860 y 1870) se sacrificaron más de 30 de millones de animales. El ‘Bison bison’ (bisonte americano) fue sometido a una matanza continuada y sistemática para comerciar con la piel o la carne del animal, pero también como deporte que sembró de miles de cadáveres pudriéndose en las praderas de las grandes llanuras.

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Algunas crónicas escritas de la época dan cuenta de cacerías en las que se llegaban a abatir más de mil ejemplares en un solo día simplemente por diversión; los bisontes eran incluso disparados desde los trenes en movimiento o abatidos bajo el mandato oficial que tenía el ejército para exterminar a este animal como una de las medidas para acabar con los pueblos indios que subsistían gracias a los bisontes.
Los pueblos nativos de las grandes llanuras (los sioux, los apaches, los comanches, los arapahoes, los navajos, los utes, los pies negros, los kiowas…) habían vivido en armonía con los bisontes durante generaciones y eran esenciales en su vida diaria y en su cultura. Por ejemplo, del bisonte obtenían carne para alimentarse, pieles para abrigarse y construir refugios, materiales para fabricar utensilios, excrementos para producir combustible…Aprovechaban todo del bisonte.
Actualmente, podemos ver bisontes en el parque nacional de las Badlands, un enorme territorio situado en la parte sudoeste de Dakota del Sur, cuyo paisaje se caracteriza por las grandes extensiones de praderas y formaciones montañosas de materiales arcillosos, que configuran un paisaje de colores que van desde el rojizo hasta el ocre, pasando por distintas gamas de grises, a los que hay que sumar los colores estacionales de la pradera.
Los lakotas (uno de los clanes de los sioux) llaman a estas tierras Mako Sica (‘bad land’, tierras malas).

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A partir de los cincuenta ejemplares de bisonte que quedaron en Yellowstone, procedentes del Zoológico del Bronx, con los cuales fue restablecida su población primero en Oklahoma en 1907, y de algunos otros que genéticamente todavía se mantenían puros, poco a poco se ha ido recuperando la especie. Hoy día se calcula que la población de bisontes americanos es de aproximadamente 400.000 ejemplares, lo que representa el 93% de la población continental, y que viven en libertad en toda América del Norte, repartidos en áreas naturales protegidas de donde no pueden salir: Yellowstone y Grand Teton (Wyoming, Montana e Idaho); Parque Nacional Wind Cave, donde viven unos 250 o 400, y uno de los únicos cuatro rebaños libres de roaming y puras genéticamente, Custer y Theodor Roosevelt (Dakota del Norte y del Sur); las Henry Mountains (Utah), en el National Bison Range (Montana), y en Elk Island, Alberta (Canadá). A estos hay que sumar los bisontes de bosque, una subespecie que habita principalmente en Canadá. Además, alrededor de medio millón de animales viven en granjas y ranchos destinados a la producción de carne para la industria alimentaria.
Si quedan cosas por lograr en este país, a nivel nativo y ecológico, una de ellas es la conexión entre las Black Hills, situadas en Dakota del Sur, que tienen un carácter sagrado para los lakotas, y que están cerca del parque nacional Wind Cave y el parque estatal de Custer. Esa conexión con las Badlands permitiría que los bisontes pudieran llegar hasta allí, atravesando el Buffalo Gap National Grassland y conectando con la reserva de Pine Ridge, que es gestionada por los lakota, y donde todavía hay artesanos y artistas nativos que continúan haciendo creaciones con los huesos, los cuernos y la piel de los bisontes.
Otro de los lugares privilegiados donde se pueden encontrar bisontes en libertad es el National Bison Range (Montana) (Refugio Nacional del bisonte), en el oeste de Montana, uno de los más antiguos del país. Con más de cien años de historia, la manada de bisontes que habita esta reserva ronda los 500 ejemplares, los cuales pastan sobre 74 kilómetros cuadrados.
Contemplarlos en este entorno privilegiado sigue siendo una de las grandes experiencias de la vida, de una gran fuerza vital y un espectáculo visual poderoso.
El bisonte, conocido erróneamente como búfalo es el mamifero icono de Estados Unidos. A principios del siglo XX estuvo a punto de extinguirse, pero su rescate in extremis es considerado el primer éxito ambiental en este país.
En 1905 se fundó la American Bison Society, con Roosevelt como presidente honorario. La sociedad fue una de las primeras organizaciones ambientales de Estados Unidos y ayudó a crear un movimiento más extenso en defensa del medio ambiente que derivó en la creación del sistema de parques nacionales de Estados Unidos. 

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En 1908, Roosevelt firmó precisamente una ley con la que se creó esta reserva natural National Bison Range en Montana. La ley reservó praderas para proporcionar hábitats protegidos en los que las manadas de bisontes podrían restablecerse. Se asentó una manada compuesta de veintiún bisontes salvajes en el Parque Nacional de Yellowstone, en Wyoming. Esa manada de bisontes, que ahora tiene más de 4.000 animales, es la más grande de Estados Unidos.
En la actualidad, el bisonte americano aparece en la Lista Roja de la UICN como especie «casi amenazada» y en las últimas décadas el número de cabezas no ha aumentado en los grupos de conservación que gestionan su diversidad genética y la función ecológica. Es por ello que aún queda mucho por hacer por salvar al bisonte de la extinción y asegurar su conservación en todo el territorio geográfico que es su hábitat original. El bisonte, como especie salvaje, necesita extensas porciones de terreno y protección. Una de las claves para su conservación a largo plazo es el reconocimiento del bisonte como especie salvaje que necesita ese terreno y políticas de protección gubernamentales.
Una adecuada política de protección nos garantizará el mantenimiento de los bisontes en su hábitat como el icono de las grandes llanuras que siempre ha asido. Por estas razones los esfuerzos por recuperar el bisonte es hoy uno de los proyectos más ambiciosos y complejos de conservación de especies en Estados Unidos, y su éxito depende de las leyes locales y nacionales que se promulguen, así como de un potente flujo de financiación, y del cambio de actitud del público en general hacia este animal. Necesitamos afrontar los factores que afectan a la supervivencia de las poblaciones de bisontes, entre otros la desaparición gradual de su hábitat y la crudeza de los inviernos.

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La influencia del bisonte en la historia de los nativos americanos y de los propios Estados Unidos es innegable y fundamental, por eso uno de los desafíos actuales es superar esa cierta percepción común a nivel social de que ha dejado de ser una pieza cultural y ecológica del paisaje norteamericano. Sigue siendo un animal imprescindible en el ecosistema norteamericano y su conservación implica conservar también las raíces culturales y medioambientales de este país.
Quizá se acerquen finalmente buenos tiempos para los bisontes. Las señales indias están ahí. Un millar de indios celebran el nacimiento de un bisonte blanco en Connecticut. Un bisonte albino pastando en una reserva de Nebraska. Un ternero albino vio la luz en Greenvile, Texas. Cuenta la leyenda nativa que cuando nace un bisonte blanco se reafirma la creencia de que las cosas mejorarán para la nación y el pueblo indio. El bisonte blanco es el símbolo de prosperidad para las naciones indígenas, señal de renacimiento y buen augurio. Los zoólogos señalan que existe una posibilidad entre diez millones de que nazca un bisonte blanco. Quizá se acercan definitivamente buenos tiempos para los bisontes.
En la tradición india, la Doncella Bisonte Blanca les ayudó a superar los tiempos de hambrunas y conflictos. Una nueva época parece abrirse paso ahora. El Congreso debate un proyecto de ley, promovido por numerosas tribus norteamericanas, que declarará al bisonte el animal nacional, junto con el águila calva que ha ornamentado los símbolos de Estados Unidos.
El bisonte siempre estuvo ahí, en las praderas norteamericanas, sigue siendo parte de este ecosistema privilegiado de la naturaleza.

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