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Aprender a leer

Uno de los aspectos clave para formar a los futuros lectores empieza a edades tempranas, cuando determinadas lecturas son obligatorias en la escuela y la universidad, en particular la etapa de la escuela secundaria. Un vistazo a los planes de lectura sirve para detectar un desajuste y comprobar que muchas de esas lecturas son inapropiadas para esa franja de edad. Cuando se recomienda un determinado tipo de libros, más que fomentar el interés por la lectura, lo que se hace es matar ese interés y curiosidad por leer.
¿Están desfasados esos planes de lectura? ¿O simplemente no están dando cabida a nuevos libros que merecerían ser incluidos como lecturas obligatorias? Ambas están en lo cierto. Cuando un libro se convierte en una tortura en vez de una lectura, y cuando los lectores pierden el interés por el argumento, perdidos en textos farragosos, y eso pasa con muchos de los libros que se exigen leer en la escuela o la universidad, es que algo falla clamorosamente. En esos casos la lectura ya no es un placer sino un rollo de tomo y lomo.

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Detecto este problema en especial en España, y algo menos en EE. UU, donde las lecturas obligatorias incluyen novelas que no son recomendables para algunas determinadas edades, pero que son exigidas igualmente. Esto lo único que consigue es fomentar el odio a la lectura, que es asociada con algo aburrido comparado con otras actividades. Y es que no es lo mismo leer determinados clásicos que otros. La cuestión no es eliminarlos, pero sí adaptar esas lecturas mejor a las franjas de edad. En lectores jóvenes conviene más cultivar el amor por leer que la obligación de leer a fulano por muy clásico y bueno que sea. Un lector apasionado terminará encontrando a los clásicos mientras que un lector aburrido y obligado terminará odiando la lectura y relegándola.
Debemos enseñar a aprender a leer a los jóvenes desde la escuela con lecturas apropiadas, sin olvidar que leer significa disfrutar y aprender, pero no sufrir y aburrirse, que los jóvenes están empezando y no podemos hacer de ellos expertos literarios en esas etapas tempranas. Una acertada combinación de lecturas puede hacer más que obsesionarse con que lean clásicos demasiado antiguos, cuyo lenguaje rebuscado convierte la lectura en un suplicio si no se hace con verdadero interés y que, de hecho, a veces tienen más valor filológico que otra cosa. Por el contrario, buenas novelas son desterradas de los planes de lectura por distintas razones. Novelas que jóvenes lectores sí afrontarían con pasión y a los que aportaría bastante más.
En ningún caso se trata de rebajar la exigencia de los estudios, pero sí de adaptar las lecturas, abrirlas a libros contemporáneos, aunque sean de autores extranjeros o que venden mucho, lecturas que estimulen, despierten el interés, la imaginación y la pasión por leer. Se trata de aprender a leer no de matar el amor por la lectura.

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