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Ecosistemas Costeros


Una de las noticias más alarmantes de las que apenas oirá hablar en los medios de comunicación y sobre la que no se hacen debates televisivos ni tertulias radiofónicas, nos afecta directamente como habitantes de este planeta.
El ritmo de desaparición de los hábitats del litoral es hasta diez veces superior al que están experimentando las
selvas y bosques tropicales. La conclusión es clara y preocupante: los ecosistemas costeros son los más amenazados del mundo.
Si analizamos el ritmo de pérdida de superficie de las praderas submarinas, como ha hecho el oceanógrafo Bill Dennison, de la Maryland University, podemos comprobar que alcanza un área total similar a diez campos de fútbol a la hora. La desaparición de estas praderas, nos alerta de la mala salud de los ecosistemas litorales.
Los últimos análisis de los investigadores no dejan lugar a dudas. Los hábitats costeros: manglares, corales, marismas, playas, lagunas, y praderas submarinas, han pasado a ser los ecosistemas más amenazados de la biosfera. ¿Cuál es la razón? Muy simple: la urbanización salvaje y desmesurada de esos litorales, la pesca masiva, la contaminación, el desarrollo turístico, y el efecto de los cambios en las temperaturas de los océanos.

Quien piense que esta situación nos va a salir gratis, se equivoca profundamente. Estos ecosistemas son clave para el mantenimiento de la biodiversidad marina, el secuestro de carbono, o la provisión de servicios esenciales como la producción de alimento y la protección de la línea de costa.
Para empezar, se va a notar, ya se está notando, en los stocks de capturas pesqueras y en la calidad de las mismas, así como en una reducción de la capacidad de los océanos para capturar CO2. Por no hablar de los efectos devastadores en la biodiversidad marina, en la cadena ecológica (de la que los seres humanos forman parte), la riqueza biológica de los océanos, el atractivo de las profundidades y los litorales para el turismo, el aumento de la mortalidad humana, etc.

Nos encontramos en un mundo en el que todo está interconectado y los daños provocados a la naturaleza se pagan, y muy caros. Por ejemplo, la pérdida de marismas en el delta del Mississippi aumentó considerablemente los daños provocados por el huracán Katrina en New Orleáns en agosto de 2005. Si esos hábitats naturales hubieran estado mejor conservados, el desastre humano y medioambiental no hubiera tenido ese alcance.
Otro ejemplo demoledor: la desaparición de las praderas submarinas de Posidonia en el Mediterráneo, a un ritmo del 5% anual, tienen una relación directa con la especulación urbanística. De manera que el litoral francés y catalán son dos de las regiones más afectadas, por su absoluta exposición a una urbanización poco inteligente y masificada.

Los problemas que afectan a los océanos son muchos y otro de ellos es la aplicación de fertilizantes agrícolas, con un aporte excesivo de nitrógeno y fósforo en los litorales, que está potenciando la degradación de éstos. Un problema que aumentará en el futuro, ya que la población humana sigue en aumento y las necesidades alimenticias también.
No significa que sea un asunto imposible de solucionar, pero sí que representa un desafío que hay que afrontar sin demagogias y con planteamientos científicos y ecológicos serios.

No debemos olvidar que los ecosistemas costeros son fuente de energía, alimento, medicina y recreación. Además, protegen las costas de las tormentas, el oleaje, de las inundaciones y la erosión; purifican el agua, mantienen la diversidad y capturan el bióxido de carbono del ambiente, entre otras muchas funciones vitales para el equilibrio ecológico global.
Razones más que suficientes para conservarlos.




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