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El compromiso del editor

La labor del editor siempre ha sido esencial para seleccionar contenidos, desarrollar un catálogo coherente y con rigor, imprimir calidad en la producción, explorar fórmulas de comercialización, y una correcta gestión del marketing y la promoción. Nada nuevo bajo el sol. Pero hay un aspecto del que se debate poco o nada: la responsabilidad del editor en el ámbito político, ideológico y cultural de la edición. Precisamente un aspecto que está afectado por tres corrientes:
1ª Los que hacen dejación de esa responsabilidad y editan cualquier cosa con tal de vender, como si fuesen máquinas de churros o perritos calientes.
2ª Los que manipulan abiertamente en una sola dirección ideológica y tratan de hacer ingeniería cultural.
3ª Los que tienen una línea editorial coherente pero plural y dan cabida a distintas líneas de pensamiento, haciéndose eco de la realidad de su tiempo.

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Actualmente es evidente que existe un retroceso alarmante de los valores del editor en abierto compromiso con la cultura, de manera que la crisis general también ha penetrado en las estructuras de la industria editorial y en la toma de posturas valientes por parte de la mayoría de los editores en temas políticos, sociales y culturales. Es cierto que en España se vende y se lee poco, pero también lo es que una gran mayoría de editores parecen ponerse de perfil frente a algunos temas de debate: los impuestos a la cultura, la situación de las bibliotecas, la educación, la sanidad, la piratería cultural, la pérdida de valores morales y éticos en la sociedad, la tendencia a uniformizar el pensamiento social en una clara dirección carente de pluralidad, el escaso nivel cultural de una gran parte de la sociedad, los vicios y defectos de la propia industria editorial, la falta de oportunidades justas para nuevos valores literarios, la desaparición de revistas culturales, etc.

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El rol que deben jugar los editores no ha perdido vigencia, es más necesario que nunca, pero ya no vemos el compromiso de éstos con ideas y planteamientos que beneficien a la sociedad, como sucedía en décadas pasadas, por ejemplo, en los 70 y 80. Ahora la mayoría son editores que entran al juego del sistema y del establishment político y cultural, ajenos a las problemáticas sociales y temas de interés de los ciudadanos, y carentes de firmes valores. Todo se ha convertido en un inmenso negocio que ha arrinconado el compromiso ideológico y las opiniones valientes capaces de contribuir a enriquecer un debate plural en beneficio de la sociedad. El compromiso cultural no va más allá de la cuenta de resultados, los premios, los trapicheos comerciales, y los favores.
Este vacío alcanza los catálogos editoriales, cada vez más insustanciales, anodinos, superfluos e irrelevantes. Sin compromiso cultural, con nuestro tiempo y generación, la herencia queda en manos de unos pocos editores a título individual que mantienen el criterio y el compromiso con algunas causas para no relegar del todo valores que son intemporales y que no deben estar sometidos a las modas literarias y convenciones sociales políticamente correctas. Unos pocos editores, sin miedo a editar con compromiso aunque eso implique perder lectores a veces, o ganarlos, y los ciudadanos preocupados por la calidad cultural de su país. La defensa de la cultura de calidad está hoy en manos de ellos.

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