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Acuerdo sobre Biodiversidad

Los grandes avances de la Humanidad muchas veces se construyen con pequeños pasos que nos llevan a progresar de una forma global. El pasado sábado, 30 de octubre, tuvo lugar uno de esos tímidos avances que pasan desapercibidos, pero que a la larga suponen grandes soluciones.
De madrugada y tras arduas negociaciones y largas deliberaciones, la conferencia internacional de Naciones Unidas sobre Biodiversidad, en la que participaron 193 países firmantes de la Convención sobre la Diversidad Biológica (CBD), celebrada en Nagoya, al sudoeste de Tokyo, logró llegar a un acuerdo para proteger a las especies y ecosistemas de la contaminación, la destrucción de hábitats y la explotación excesiva. Fue un acuerdo in extremis y que se queda corto, es cierto, pero que al menos inicia un necesario camino de concienciación mundial y de toma de medidas que son muy necesarias adoptar para evitar la degradación sin remedio de nuestro medio ambiente.
Los delegados que asistieron a esta 10ª Convención sobre Biodiversidad accedieron a proteger el 17% de las tierras y el 10% de los océanos para el 2020, objetivos insuficientes pero que son un primer paso en la dirección correcta. Las negociaciones permitieron superar las divisiones entre países ricos y pobres, y se aprobó un sistema para compartir el acceso a los recursos genéticos y los beneficios que derivan de él, tales como el uso de plantas cuyos extractos se utilizan para producir medicamentos. Además, los países desarrollados se comprometieron a establecer mecanismos para reunir fondos de ayuda para los países en desarrollo hasta 2020, lo que permitirá en la práctica un importante flujo de capitales hacia estas naciones.
En materia de biodiversidad siguen quedando objetivos ambiciosos que son necesarios alcanzar, como una mejor conservación de espacios protegidos, pero este acuerdo permite empezar un largo camino en esa dirección. Esto queda reflejado en que países con tantos recursos naturales como Colombia, por ejemplo, apenas tiene protegido hoy día el 12% de su territorio y el 2% de sus zonas marinas.

Una de las metas principales de esta conferencia ha sido establecer objetivos mensurables que reduzcan o detengan la tasa de extinciones y de daños. Recordemos que desde la década de 1970, la población mundial de los animales se redujo un 30 por ciento, los bosques de manglares y las pasturas marinas en un 20 por ciento, y los arrecifes de coral con vida en un 40 por ciento.
Tal y como han señalado los científicos, a menos que se tomen medidas para prevenir las pérdidas de biodiversidad, las extinciones aumentarán y el mundo natural podría colapsar con consecuencias devastadoras no sólo para la naturaleza sino también para los seres humanos, por ejemplo desde la reducción drástica de los bancos de pesca hasta el acceso al agua potable, lo que afectará a millones de personas en todo el mundo, con consecuencias tan nefastas como nuevas guerras, enfermedades, conflictos internacionales, subdesarrollo, etc.
Japón, el país anfitrión de la conferencia, propuso un texto de compromiso para superar el estancamiento en la cuestión problemática de compartir los recursos genéticos, que finalmente hizo posible el acuerdo.
En la práctica, este compromiso internacional es un tímido intento para frenar la desaparición de las especies, que sigue un proceso acelerado en buena parte debido a una industrialización que no ha tenido demasiado en cuenta el respeto medioambiental hasta ahora. Una cuestión que está cambiando y que aún debe implementar nuevas medidas de conservación si no queremos destruir el planeta verde-azul y dejarlo en un planeta sucio y marrón, contaminado y muerto.
Algo que ha puesto de manifiesto esta conferencia, es que los sistemas de negociaciones multilaterales de la ONU no son todo lo eficaces que deberían, a menudo costosos e inútiles, por lo que se debería afrontar una reforma global o establecer otro procedimiento de acuerdos mundiales que realmente sirva a los propósitos.
He comentado que es un acuerdo mínimo, y verdaderamente lo es, pero hay que valorar en su justa medida lo que supone en este momento de crisis económica, en el que tan complicado es llevar a cabo políticas de conservación natural. Y este acuerdo nos permitirá frenar el ritmo de desaparición de las especies (anfibios, aves, mamíferos o plantas), con unos objetivos concretos para el próximo decenio, que comparativamente quedan así: el 10% de zonas protegidas en los océanos, que es menos del 1% actualmente y el 17% de áreas protegidas en tierra, que es el 13% actualmente.

Además, crea un marco legal mediante el protocolo ABS (Access and Benefits Sharing – , Acceso y Reparto de Ventajas) para compartir los beneficios en farmacia, cosmética, medicina, etc, procedentes de los recursos genéticos de los países del Sur, que albergan lo esencial de las especies del planeta y de donde se están extrayendo recursos utilizados en los países avanzados. Este acuerdo en especial permitirá canalizar ingentes recursos económicos hacia los países en desarrollo, permitiendo mejores políticas medioambientales y de conservación de la biodiversidad. Así, en el futuro, las ganancias obtenidas por recursos naturales, por ejemplo en la medicina, serán divididas equitativamente entre los países de origen y los usuarios.
Asimismo, este documento reconoce la necesidad de que las farmacéuticas tengan un acceso rápido a patógenos para afrontar emergencias de salud pública. Esta medida responde al hecho de que algunos países en desarrollo en los que se han desatado enfermedades infecciosas se han negado en los últimos tiempos a proporcionar muestras de virus a países desarrollados y a sus fabricantes de medicamentos, al considerar que no recibirían beneficios de las vacunas y productos desarrollados a partir de estas muestras.
No obstante, uno de los problemas del acuerdo es que los objetivos adoptados para el 2020 no son jurídicamente vinculantes.
La convención de Nagoya ha permitido ante todo destacar el papel crucial de los ecosistemas (para el agua, la alimentación, la salud, etc.) más allá de las especies emblemáticas de las que se habla habitualmente, como el tigre, el oso panda, el oso polar o la ballena, permitiendo crear una concienciación ciudadana imprescindible para impulsar políticas de conservación natural y no las salvajadas que a algunos les gustaría sólo para llenarse sus cuentas corrientes.
El conocimiento en manos de los ciudadanos es el primer paso para exigir políticas inteligentes por esos mismos ciudadanos.
Las enormes manipulaciones o tergiversaciones que ha habido en torno al tema de cambio climático, han polarizado de forma terrible y política la visión de la realidad, han desplazado del espacio mediático la atención sobre la crisis de la biodiversidad, que es realmente preocupante y va a determinar el futuro que tendremos, e impide la necesaria movilización para adoptar medidas y objetivos que son imprescindibles.
Datos como que, por ejemplo, una de cada cinco especies de vertebrados está en peligro de extinción, en el caso de los anfibios la cifra es superior al 40%, o que el coste del impacto humano en el medio ambiente se coloca en una cantidad cercana al 11% del producto interior bruto mundial, o el coste que conlleva la pérdida de biodiversidad, en concreto la abeja silvestre en EE.UU ha supuesto 15 millones de dólares en pérdidas para la agricultura, son necesarios que sean conocidos y asimilados por los ciudadanos para una mejor comprensión del problema.
Hay que reconocer también el papel jugado por Japón en esta conferencia, en la que prometió 2.000 millones de dólares adicionales para la protección de las especies, y el papel que deben jugar en el futuro potencias como Estados Unidos o China.
El plan aprobado en Nagoya para salvar las especies en 10 años es sólo el comienzo de un largo proyecto para salvar la Tierra de la acción más contaminante de los seres humanos y, en último término, la subsistencia propia de éstos.

Resumiendo, los puntos más concretos del plan son los siguientes:
– Eliminación de las «subvenciones nefastas» al medioambiente. De ahora a 2020, «las subvenciones nefastas para la biodiversidad, serán eliminadas, reducidas progresivamente o reformadas con el fin de reducir al mínimo o de evitar los impactos negativos».
– Evitar la sobreexplotación de las reservas pesqueras. Desde ahora hasta 2020, «todas las reservas de peces, de invertebrados y de plantas acuáticas serán administradas y cosechadas de manera sostenible, legal y aplicando enfoques ecosistémicos para evitar la sobreexplotación».
– Extender las áreas protegidas, en tierra y mar. Desde ahora hasta 2020, «el 17% de las superficies terrestres y de aguas interiores (contra el 13% actual) y el 10% de las zonas marinas y costeras (1% actual) serán conservadas a través de administraciones ecológicamente representativas y bien relacionadas con áreas protegidas gestionadas de manera eficaz y sostenible».
– Restauración de, al menos, el 15% de los ecosistemas degradados. Desde ahora hasta 2020, «la capacidad de resistir de los ecosistemas y la contribución de la diversidad biológica a las reservas de carbono serán mejoradas, gracias a las medidas de conservación y restauración, comprendida la restauración de al menos el 15% de los ecosistemas degradados, contribuyendo así a la atenuación de los cambios climáticos y la adaptación a éstos, así como la lucha contra la desertificación.
El próximo encuentro de los 193 países que firmaron la Convención de la ONU para la Biodiversidad será en 2012 en India. Los objetivos y los retos para entonces deberán ser necesariamente más ambiciosos. Esta cumbre y los trabajos que se necesitan desarollar de aquí en adelante deben reafirmar la necesidad fundamental de conservar la naturaleza como la base de nuestra salud y nuestra economía. El mensaje necesita ser divulgado y escuchado globalmente y es simple: proteger el planeta y su vida natural es un tema esencial de la política internacional, de los gobiernos y los ciudadanos.
En esta tarea para detener la pérdida de biodiversidad, se necesitarán fondos públicos y privados. El compromiso de los gobiernos es esencial, cierto, pero también lo es el de las empresas privadas, que ya se están beneficiando y aprovechando de los recursos que ofrece la biodiversidad.
Las soluciones están aún a nuestro alcance y es nuestra responsabilidad adoptar las medidas adecuadas. Necesitamos recuperar la sabiduría que nos ha guiado a lo largo de la Historia y palabras como las del naturalista, entomólogo y biólogo estadounidense Edward O. Wilson, conocido por su trabajo en evolución y Sociobiología, y creador de EOW Biodiversity Foundation: «estamos dejando escapar la naturaleza de entre nuestras manos y con ello nos estamos perdiendo a nosotros mismos«.
Evitarlo, recuperar nuestra alma y conservar la “máquina viva de la Tierra”, que es la biodiversidad, en palabras de Edward O. Wilson, depende de cada uno de nosotros.




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