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Alerta estratégica temprana

Hay conceptos básicos en torno a la seguridad nacional que todo político debería conocer y respetar. La alerta estratégica temprana es uno de ellos y de los más importantes. El presidente de Estados Unidos, como Comandante en Jefe, es el primero que necesita entender y defender este concepto. Algo que a Barack Obama le cuesta encajar en su visión buenista (o política) del mundo.
Es un hecho que los próximos candidatos a la presidencia de este país, si quieren aspirar en serio a ganar la Casa Blanca, deberán incorporar de nuevo el concepto de alerta estratégica temprana a la Estrategia de Seguridad Nacional y la siguiente Revisión Cuatrienal de Defensa (QDR), de los cuales ha borrado de un plumazo la actual Administración. Ahora lo ve, ya no lo ve. Así de fácil.
¿Por qué debería hacerlo?, se preguntará el lector interesado en profundizar en estas cuestiones. Pues porque es la mejor fórmula para que Estados Unidos siga siendo un país seguro, libre y próspero en un mundo que cada vez es más hostil a nuestros intereses y con mayores riesgos para nuestra defensa.
Una parte esencial del trabajo de la comunidad de inteligencia es recopilar información de calidad y proporcionar valoraciones y análisis que anticipen grandes acontecimientos, crisis, sucesos o cambios de cierta consideración a los responsables políticos o militares encargados de adoptar decisiones a nivel nacional, bien antes de que ocurran estos acontecimientos o después.

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Todos los expertos coincidimos, y eso ya debería poner en antecedentes a cualquiera, en que la alerta estratégica temprana ha sido una de las misiones vitales desde que se establecieron los servicios de inteligencia durante y tras la Segunda Guerra Mundial. De hecho, la idea básica del Congreso cuando elaboró la Ley de Seguridad Nacional de 1947, que fue la génesis de los servicios de inteligencia americanos modernos, era que Estados Unidos nunca debería tener que soportar el peso de otro Pearl Harbor.
Los politiqueos y chanchullos similares pusieron este concepto en horas bajas y llegó el 11/S, que volvió a poner de relieve la importancia de conocer de forma anticipada determinados sucesos y tendencias. Si los responsables políticos hubieran atendido y reforzado la alerta estratégica temprana, tal y como ya pedíamos entonces, la comunidad de inteligencia podría haber prevenido los ataques terroristas contra Nueva York y Washington. La desidia de la actual Administración demócrata en torno a este concepto de nuevo abre peligrosos frentes y riesgos.
La alerta estratégica temprana tampoco puede sustituir a nuestras capacidades militares para responder a distintas amenazas ni tampoco es un sistema que vaya a funcionar siempre, como algunos analistas defienden con radicalidad, pero sí es necesario tenerlo activo.

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Para los servicios de inteligencia la alerta estratégica temprana sigue siendo el gran desafío para anticiparnos a las posibles crisis, siquiera sea un poco antes, porque eso marca la diferencia entre el éxito o el fracaso de la respuesta nacional. No podemos aspirar a la perfección o nada, como algunos políticos defienden con esa cara dura que da no haber empuñado jamás un arma frente a un enemigo con ganas de rebanarte el pescuezo. La inteligencia es una herramienta de gran poder, pero tampoco es perfecta ni debemos pensar que es una fuerza adivinatoria infalible. O sea, ni perfección absoluta o no aplicar el concepto. Hay un término medio que funciona y que muchos defendemos para anticipar o preparar los retos futuros que nos aguardan. Porque de esta forma nuestros líderes, en especial el que ocupa el Despacho Oval, o lo ocupará cuando corresponda, pueda elaborar planes de contingencia, de respuesta o emergencia para hacer frente a los peligros que se presenten. Es suma, es básico para atender las amenazas presentes y futuras.
En estos años de presidencia Obama, que tanto ha despreciado, por activa o por pasiva, la alerta estratégica temprana, se ha visto cómo diversos acontecimientos e incidentes han pillado a la Administración a contrapié y se ha visto sorprendida, pese a que eran “tormentas” de fácil predicción, y de hecho, más de uno alertamos en la medida de lo que nos dejaron: caso de Irak y sus riesgos de entrada en Guerra civil, embajada de Libia, crisis de Ucrania, crisis de Crimea, avalancha de refugiados infantiles y adolescentes huyendo de Nicaragua, Guatemala, El Salvador y Honduras, guerra civil en Siria, amenaza y expansión del Estado Islámico, etc, etc.

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No nos cansamos de repetir desde la comunidad de inteligencia la importancia de la alerta estratégica temprana, pero es preciso que ahí, en la Casa Blanca, haya unos oídos que oigan y unos ojos que vean lo que se les anticipa. En suma, alguien atento, sobre todo el Comandante en Jefe. La decisión sobre actuar antes o después del estallido de las crisis es potestad del presidente, pero hay algo que se le debe exigir: atención, prevención, y mejor reacción.
Porque de esto depende la posición y el liderazgo de Estados Unidos en el mundo, e incluso cómo será este mundo en unos años, pero aún más importante: nuestra seguridad y libertad a medio y largo plazo. Y por eso es tan importante aplicar una correcta política de alerta estratégica temprana, y elegir adecuadamente al próximo presidente de Estados Unidos.

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