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Estados Unidos ante la alerta nuclear en Japón

La alerta nuclear que se ha desatado en Japón, como consecuencia del terremoto y el posterior tsunami, que han afectado fatalmente a los reactores de la central de Fukushima, nos ha ofrecido algunas valiosas lecciones de las que podemos aprender. La primera, que por muy avanzados que estemos, nos encontramos a merced de la naturaleza, algo que no deberíamos olvidar jamás. La segunda, que necesitamos estar mejor preparados para este tipo de catástrofes, que van a ser más habituales. La tercera, la importancia de la cooperación con Estados Unidos para resolver las crisis que se plantean. La cuarta, la necesaria revisión de las medidas de seguridad, que deben incluir un perímetro adecuado.
El papel de Estados Unidos en esta crisis nuclear está siendo el de un aliado eficaz, ofreciendo asesoramiento, equipos para medir las radiaciones, apoyo técnico y logístico, así como medios y recursos humanos para intentar solucionar los problemas que han generado el terremoto y las explosiones en los reactores nucleares. Personal y medios estadounidenses han estado codo con codo con los japoneses en los trabajos para controlar la situación en Fukushima.

Asimismo, desde que se produjo el terremoto, ocho buques militares estadounidenses, incluyendo el portaaviones «USS Ronald Reagan» y su escolta, han participado en operaciones de rescate en el noreste de Japón y han sido usados como plataforma flotante para abastecer de combustible a los helicópteros del ejército y de los guardacostas japoneses que participan en las operaciones de rescate. Además, alrededor de 80 aviones y helicópteros del portaaviones están realizando misiones de reconocimiento y llevando alimentos, agua y mantas a las víctimas del desastre. También ha sido vital para el diseño de las operaciones, el reconocimiento aéreo de la central nuclear de Fukushima por parte de un avión no tripulado.

Una de las consecuencias derivadas del pánico nuclear que se ha desatado en todo el mundo, es la necesidad de reforzar las regulaciones de seguridad en torno a la energía nuclear, que hoy por hoy necesitamos, pero cuyos riesgos, aunque muy controlados, no podemos pasar por alto.
Es cierto que Estados Unidos aplica regulaciones muy estrictas a sus reactores nucleares, 104 distribuidos en 65 centrales que generan el 20% de la energía del país, la mayoría en el centro y este del país, como New Jersey, Pennsylvania, New York, North y South Carolina, Florida o Illinois, donde funcionan 11 centrales nucleares; y en el oeste en California, Oregón y Arizona, lo que hace muy difícil este tipo de accidentes, pero no seríamos totalmente responsables con el medio ambiente y con millones de personas si no intentáramos incrementar aún más esos estándares de seguridad y revisar todas las centrales y los planes de las que podrían entrar en funcionamiento. Sólo así podremos prevenir nuevas catástrofes, aunque una prevención absoluta ante un desastre natural es imposible.

La mitad de esos reactores, 52, llevan operativos entre 30 y 39 años, y otros 42 llevan activos entre 20 y 29 años. Tiempo suficiente para que se realice una supervisión extra de seguridad. La NRC tiene bajo revisión 18 solicitudes para construir nuevos reactores nucleares, la mayoría presentadas entre 2007 y 2008. Una revisión que deberá ser mucho más exhaustiva de cara a fortalecer la industria nuclear estadounidense y hacerla más segura. Los 36.000 millones de dólares que el Departamento de Energía pretende conceder al programa de préstamos para ayudar a financiar el desarrollo de unos 20 nuevos reactores nucleares, deben servir para financiar aquellos proyectos que contribuyan a aumentar nuestros recursos energéticos desde criterios de seguridad más exigentes y respetuosos con el medio ambiente y la salud de las personas. De momento, uno de los proyectos que se encuentran bajo revisión en la NRC, el que construiría dos reactores en Georgia, recibirá 8.300 millones de dólares de fondos federales si obtiene finalmente la aprobación de la entidad reguladora.
Una de las primeras consecuencias de lo ocurrido en Fukushima, será la minuciosidad con que se revise la renovación de los permisos de funcionamiento de las centrales de San Onofre y el Cañón del Diablo, en California, que están construidas sobre la falla de San Andrés, una zona de alto riesgo sísmico, y que podrían verse abocadas a situaciones peligrosas en caso de desastre natural. Estos reactores fueron construidos para soportar terremotos de magnitud 7,5. Uno superior podría causar otra crisis nuclear impredecible.
Así como el funcionamiento de la central nuclear de Indian Point, a unos 40 kilómetros del barrio neoyorquino del Bronx, cercana a la confluencia de dos fallas geológicas, que en caso de accidente podría afectar a millones de personas.
Otra de las consecuencias es, sin duda, el relanzamiento de planes de emergencia ante desastres naturales y accidentes en reactores nucleares, una necesidad más imperiosa que nunca si se apuesta por este tipo de energía y teniendo en cuenta que una gran parte de los reactores están situados cerca de la costa o en las cercanías de ciudades muy pobladas, como Los Ángeles, San Diego o Nueva York, y que al menos 23 de los reactores funcionan con el sistema de contención conocido como Mark I, similar al de la planta de Fukushima Daiichi. Todos ellos localizados en la costa este y la región de los Grandes Lagos. Este tipo de reactores de agua en ebullición, fabricados por General Electric en los años 60 y 70, están dotados de una vasija o edificio de contención menos resistente y robusto que el empleado en los últimos 30 años en los reactores de agua a presión, lo que incrementa los riesgos de forma notable. Aunque también es cierto que en 40 años no se ha producido una sola fuga importante de estos edificios de contención. Entre estos reactores Mark I está el Yankee Vermont, cuya licencia de funcionamiento concluye en 2012 y que no ha sido renovada por varias fugas de tritio, el colapso de una torre de refrigeración y el ocultamiento sistemático de los problemas de seguridad.

En este momento de pánico y miedo a todo lo que suene a nuclear, es bueno señalar que no se deberían tomar medidas a la ligera y con precipitación, ni a favor ni en contra de este tipo de energía. Lo que sí necesitamos es un estudio en profundidad, independiente y decisiones responsables tomadas por consenso y en un plazo de tiempo razonable.
Una cosa está clara, los ciudadanos deben ser informados con realismo de las perspectivas y de la situación, de forma que asuman los riesgos, que los hay, y los beneficios de la energía nuclear, que son muchos. El miedo a la posible fusión nuclear y a las radiaciones es algo justificado y no se puede ocultar que las zonas afectadas por las nubes radiactivas de Fukuhima, por bajas que sean, afectarán a la salud de las personas y la cadena ecológica, y lo harán en un largo periodo de tiempo con la aparición de altas tasas de cáncer, leucemia, problemas de salud, alteraciones medioambientales, etc.
Aunque en Estados Unidos, y en otros países, se apoye mayoritariamente la energía nuclear, porque es una industria nacional, eficiente, relativamente limpia y respetuosa con el medio ambiente, es preciso asimilar las lecciones de Fukushima y revisar todos los procesos de seguridad, los nuevos proyectos, así como impulsar decididamente energías alternativas. No porque la nuclear se pueda sustituir, al menos a medio plazo, pero sí para diversificar lo máximo posible las fuentes de energía en un futuro. Dejar el progreso de un país al albur de la energía nuclear también entraña unos riesgos que debemos conocer.
La alerta nuclear y el miedo a las radiaciones han provocado en Estados Unidos que muchos ciudadanos compraran masivamente tabletas de yodo para protegerse de los efectos de las partículas radiactivas que ya están llegando al país. Los productos del principal fabricante Anbex Inc., se han agotado después de vender miles de paquetes de estas pastillas y también otras farmacéuticas se están quedando sin tabletas de yodo. Las cápsulas de yodo ayudan a saturar la tiroides y evitan así que esa glándula absorba yodo contaminado de radiactividad, lo que provocaría cáncer. Todos los militares estadounidenses que están participando en las operaciones de ayuda a los japoneses en Fukushima han sido tratados con yoduro de potasio para hacer frente a las radiaciones.

Esto nos recuerda que, justificadamente o no en este caso, las medidas preventivas de los ciudadanos deben tomarse con tiempo, tal y como ya está establecido en algunos manuales federales para afrontar emergencias. Hasta ahora las señales de radiactividad recibidas en territorio estadounidense son de bajo nivel, pero el sentido común aconseja adoptar algunas medidas de precaución mínimas y limitar en lo posible las actividades externas ante la llegada de partículas radiactivas, aunque sean de bajo nivel. Los riesgos para la salud en este momento son bajos, por lo que se impone prudencia, pero un nivel de alerta es aconsejable para evitar los riesgos en la medida de lo posible. Sobre todo en estados como California, Hawai, Alaska, Nevada, Utah Arizona, Oregón y Washington, que se verán afectados por la llegada de nubes radiactivas con niveles de radicación bajos.
Ante alertas nucleares como la actual, se hace necesario informar al ciudadano de todos los aspectos relacionados con esta catástrofe, sin apocalipsis demagógicas, pero con la verdad por delante y sin ocultar los hechos, los riesgos y la realidad en cada momento.




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