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Stanley McChrystal

La salida del general Stanley McChrystal como máximo responsable de las tropas de Estados Unidos y de la OTAN en Afganistán, producto de sus declaraciones al periodista Michael Hastings para el artículo “The Runaway General» en la revista Rolling Stone, ha provocado un terremoto en Washington D.C., que se ha saldado con la aceptación de su dimisión por parte del presidente Obama.
Tanto el presidente como el general tienen razones que los asisten en sus posiciones y que han provocado esta situación, en la que el general Petraeus ha sido nombrado su sustituto al frente de las tropas en Afganistán. Un cargo para el que ya ha sido confirmado por el Senado y asumido en una ceremonia el 4 de julio.
Obviamente el presidente Obama no podía tolerar las declaraciones públicas del general McChrystal sin que se resintiera la cadena de mando que lo coloca como Comandante en Jefe. En esto, como en el caso ya lejano del general Douglas MacArthur frente al presidente Truman en la guerra de Corea, es una decisión acertada.

Ahora bien, esto no implicara que el general McChrystal haya declarado barbaridades ni mucho menos. En conciencia, ha dicho lo que pensaba (lo que muchos piensan y no dicen por respeto a la cadena de mando y a las instituciones) acerca de algunos de los líderes que toman decisiones en Washington D.C, empezando por el presidente Obama, el Vicepresidente Biden, el asesor de Seguridad Nacional Jim Jones, el enviado especial norteamericano en Afganistán, Richad Holbrooke, o el embajador en Kabul, Karl Eikenberry.
El general McChrystal ha sido valientemente sincero en sus declaraciones, convincente en las mismas, aun cuando se haya equivocado al hacerlas públicas en una revista, y demoledoramente acertado cuando cataloga a algunos de los responsables que toman decisiones sin saber lo que nos jugamos sobre el terreno, que no brindan el apoyo que deberían ni se comprometen como sería lo deseable.
A diferencia del caso del general MacArthur, en esta ocasión no ha habido un desafío a la presidencia. El general McChrystal ha acatado las órdenes y ha presentado su renuncia ante lo inapropiado de sus declaraciones públicas. Sin embargo, esta renuncia-destitución es el reflejo de algo mucho más serio y profundo: la honda preocupación que existe en el estamento militar acerca de cómo esta Administración está tratando algunos asuntos, entre ellos la guerra en Afganistán. Nada que ver con la forma en que McChrystal ha estado llevando la estrategia hasta ahora, en la que se ha dejado trabajo y esfuerzo al límite sin apenas el necesario respaldo político. Nada que ver con algunos análisis de periodistas que se han podido escuchar y leer estos días, y que nadan en la ignorancia más absoluta de quienes no han pisado las montañas y los valles de Afganistán para combatir y no tienen ni idea de temas militares o sólo muy superficiales. Nada que ver con esos analistas de medio pelo que han perdido el culo en culpar al general McChrystal o su estrategia y santificar a Obama. Porque lo cierto es que hay argumentos de peso que han empujado a McChrystal a despacharse a gusto contra una situación injusta.

Es, pues, sobre todo, un síntoma más del rumbo que el presidente Obama desea imponer a Estados Unidos, en este caso en una parte de la estrategia aplicada en Afganistán, y que encuentra una seria preocupación en la jerarquía militar. La salida de McChrystal viene a poner sobre la mesa la diferencia de criterios con Obama acerca de cómo los civiles están conduciendo las políticas en esta guerra en la que ellos ponen las declaraciones y las fotos y los soldados su coraje y sus vidas.
Las declaraciones del general McChrystal también deben verse como una extraordinaria acción de valor para informar de una situación que hace necesario un liderazgo político más activo y decisiones con más voluntad de victoria y menos de compromisos vacíos de cara a la opinión pública.
A quienes conocemos su prodigiosa inteligencia y voluntad de hierro, no nos resulta extraño que el general McChrystal haya arriesgado todo por la coherencia y la decencia. El hombre que ha sabido ganarse siempre el afecto y el respeto de sus hombres, el militar que ha sabido tejer lazos de colaboración entre el ejército, la CIA y el FBI, el astuto general que ha sabido comandar operaciones especiales de extraordinaria importancia, ha hecho gala de compromiso patriótico al revelar sus opiniones y después acatar las órdenes. Pero su retirada no nos privará de su certera mente analítica ni de su capacidad de estrategia en un futuro cercano.
Mientras tanto, el general David Petraeus ha asumido el cargo vacante y el control directo de la situación en Afganistán. Este relevo es tranquilizador, por cuanto implica de aplicar la estrategia por parte de quien la ha acuñado en gran medida y de mantener al mando a una de las mentes militares más brillantes de los últimos años.
Estados Unidos ha vuelto a ofrecer una lección de democracia, de relevo militar impecable en la cumbre y de libertad de expresión. Pero hará falta que el presidente aplique las estrategias que se le presenten y mantenga voluntad de éxito si deseamos una victoria a largo plazo en Afganistán, al igual que se hizo en Iraq.
La marcha del general McChrystal deja en cierta forma huérfanos a los soldados que le adoraban, que aún le adoran por su enorme valía humana y militar, y ese espíritu de victoria contagioso que lo define como un auténtico héroe americano.
Su marcha deja abierta la puerta a las discrepancias con la política de Obama en Afganistán, donde los enjuagues políticos a menudo chocan con la realidad de quienes sí están defendiendo al país en los campos de batalla y no temen dar su opinión sobre los líderes que no se comprometen al cien por cien con esos hombres y mujeres, ni con las estrategias que dicen defender.
En esta situación hemos visto en acción a dos generales que sí han sabido estar a la altura de las circunstancias, McChrystal y Petraeus. Cada uno en su papel y en lo que les correspondía en este momento histórico.




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