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Amar como Jesús amó y Pobre y humilde – Padre Ignacio Larrañaga

El Padre Ignacio Larrañaga nos habla en el Taller de Oración y Vida de hoy acerca de cómo es posible amar como Jesús amó. Aprende a amar así y a pensar como Jesús pensó. Este nuevo Taller nos enseña a comunicarnos mejor con Dios a través de la oracion. Dejemos que el Señor nos hable a traves de la palabra. Nada mejor que Semana Santa para sacar tiempo para Dios y nuestra espiritualidad, que la reforzaremos de cara al resto del año.

Padre Ignacio Larrañaga:
El pobre de Nazaret. Del capítulo 2. Amó mucho porque se le perdonó mucho.
Nuestro Padre cabalga siempre sobre la nube blanca de la misericordia. Caminaba un día Jesús hacia Cafarnaún, se le aceró ceremoniosamente un renombrado fariseo, invitándolo a comer en su casa. Simón era su nombre, no cumplió con él los habituales protocolos que se realizaban con convidados importantes, como el lavado de los pies y otros ritos. Había en la aldea «una mujer que era pecadora pública» (Lucas 7, 27), que había asistido, sin duda, a aquellas predicaciones en que Jesús descorrió las cortinas del Reino. ¿Se conocían, se habían tratado anteriormente aquella mujer y Jesús? Hay que suponer que sí.

Sólo Jesús le había abierto las puertas del perdón y del amor. Cuando estaban en el banquete, la mujer entró y se arrodilló a los pies de Jesús, rompió a llorar desconsoladamente, y con sus lágrimas comenzó a bañar los pies de Jesús. Se le ocurrió la idea dramática y sublime de soltar las trenzas de sus abundantes y pecadores cabellos, y frotar con ellos los pies de Jesús. Jesús no exteriorizó ningún signo de extrañeza, desaprobación o molestia, ni pronunció palabra alguna. Sólo distinguió lo que había en el interior de esta mujer: prevaricación y pecado. Simón, miras a esta mujer y no ves la rosa que hay en ella, sino las espinas; yo en cambio, veo la rosa y no las espinas; y ahí está la diferencia. Se le amó mucho porque se le perdonó mucho – porque no existe modo más sublime de amor que el perdón – por eso, ella se ha derramado en perfumes exquisitos de amor. Acabado el banquete, Jesús, sensible como era, quedó más bien dolorido por el desprecio a los humildes, como fue el caso de la pecadora. A Jesús le causaba casi náusea el desprecio a los demás porque sabía lo que hay dentro del hombre: buena voluntad y mucha fragilidad.

Amar como Jesus amo 1/4 — P Ignacio Larrañaga

Amar como Jesus amo 2/4– P Ignacio Larrañaga

Amar como Jesus amo 3/4– P Ignacio Larrañaga

Amar como Jesus amo 4/4 – P Ignacio Larrañaga

La Gracia de la Humildad – Padre Ignacio Larrañaga
Señor Jesús, manso y humilde.
Desde el polvo me sube y me domina esta
sed insaciable de estima, esta apremiante
necesidad de que todos me quieran. Mi
corazón está amasado de delirios imposibles.
Necesito redención.
Misericordia, Dios mío.
No acierto a perdonar,
el rencor me quema,
las críticas me lastiman,
los fracasos me hunden,
las rivalidades me asustan.
Mi corazón es soberbio. Dame la gracia de la
humildad, mi Señor, manso y humilde de corazón.
No sé de dónde me vienen estos locos deseos de
imponer mi voluntad, eliminar al rival, dar curso
a la venganza. Hago lo que no quiero.
ten piedad, Señor, y dame la gracia de la humildad.
gruesas cadenas amarran mi corazón: este corazón
echa raíces, sujeta y apropia cuanto soy y hago,
y cuanto me rodea. Y de esas apropiaciones me
nace tanto susto y tanto miedo, ¡infeliz de mí,
propietario de mí mismo! ¿ Quién romperá mis
cadenas? ¡Tú gracia, mi señor, pobre y humilde.
¡ Dame la gracia de la humildad…!
La gracia de perdonar de corazón.
La gracia de aceptar la crítica y la contradicción,
ó al menos de dudar de mí mismo cuando me corrijan.
Dame la gracia de hacer tranquilamente la autocrítica.
La gracia de mantenerme sereno en los desprecios,
olvidos e indiferencias; de sentirme verdaderamente
feliz en el silencio y el anonimato; de no fomentar
autosatisfacción de los sentimientos, palabras y
hechos.
Abre, Señor, espacios libres dentro de mí para que
los puedas ocupar Tú y mis hermanos.
en fin, mi Señor Jesucristo; dame la gracia de ir
adquiriendo paulatinamente un corazón desprendido
y vacío como el tuyo; un corazón manso, paciente y
benigno. Cristo Jesús, manso y humilde de corazón,
haz mi corazón semejante al tuyo.
AMEN.

El humilde no se avergüenza de sí, ni se entristece. No conoce complejos de culpa, ni mendiga autocompasión. No se perturba, ni se encoleriza y devuelve bien por mal. No se busca a sí mismo, sino que vive vuelto a los demás. Es capaz de perdonar y cierra las puertas al rencor.
Un día y otro, el humilde aparece ante todas las miradas vestido de dulzura y paciencia, mansedumbre y fortaleza, suavidad y vigor, madurez y serenidad. Habita permanentemente en la morada de la paz y las aguas de sus lagos interiores nunca son agitadas por las olas de los intereses, ansiedades, pasiones y temores. Las cuerdas de su corazón cantan como melodías favoritas los verbos desaparecer, desinstalarse, desapropiarse, desinteresarse…
Al humilde le encanta vivir retirado en la región del silencio y del anonimato. El humilde respeta todo, venera todo… No hay entre sus muros actitudes posesivas ni agresivas. No juzga, no presupone… Nunca invade el santuario de las intenciones y su estilo es de alta cortesía.
Día y noche se dedica el humilde a cavar sucesivas profundidades en el vacío de sí mismo, a apagar las llamas de las satisfacciones, a cortar las mil cabezas de la vanidad y por eso siempre duerme en el lecho de la serenidad.
Sólo los humildes son libres. Sólo los humildes son felices. Para el humilde no existe el ridículo. Nunca el temor llama a su puerta. Le tienen sin cuidado las opiniones ajenas. Nunca la tristeza asoma a su ventana. Para él, vivir es como soñar.
Nada desde dentro, nada desde fuera, logra perturbar la paz del humilde y mira el mundo con los ojos limpios. Desprendido de sí y de sus cosas, el humilde se lanza de cabeza en el seno profundo de la libertad. Por eso, vaciado de sí mismo, el humilde llega a vivir libre de todo temor, en la estabilidad emocional de quien está más allá de todo cambio.
Sólo los pobres y humildes son libres. Sólo los pobres y humildes son felices.

Pobre y humilde 1/4 P Ignacio Larrañaga

Pobre y humilde 2/4 P Ignacio Larrañaga

Pobre y humilde 3/4 P Ignacio Larrañaga

Pobre y humilde 4/4 P Ignacio Larrañaga




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