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Semana Santa – Domingo de Resurrección

Resurrección del Señor
¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya!
Muerte y vida pelearon,
y la muerte fue vencida.
¡Aleluya, aleluya!
Este es el grano que muere
para el triunfo de la espiga.
¡Aleluya, aleluya!
Cristo es nuestra esperanza,
nuestra paz y nuestra vida.
¡Aleluya, aleluya!
Vivamos la vida nueva,
el bautismo es nuestra Pascua.
¡Aleluya, aleluya!
¡Cristo ha resucitado!
¡Resucitemos con él!
¡Aleluya, aleluya! Amén.
Liturgia de las Horas

Hechos 10,34 a 37-43
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: «Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos. El testimonio de los profetas es unánime: que los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados».

Salmo 117
Éste es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo.

Colosenses 3,1-4
Hermanos: Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis juntamente con él, en gloria.

Juan 20,1-9
El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.

Venció el amor
La resurrección ha sido catalogada como un hecho meta-histórico, que va más allá de la historia, que no se puede comprender sino desde la fe. María Magdalena, acudiendo al sepulcro, nos representa en parte a todas aquellas personas que hemos depositado nuestra confianza y esperanza en el «nazareno». Todo se había cumplido, pero el amor se mantiene en vela para no olvidar al Amado. Un sepulcro vacío es la prenda que se nos ofrece para que comprendamos que la muerte no ha podido contener la fuerza intensa del amor. Hoy es día de fiesta: Cristo ha resucitado, aleluya. ¡Felices Pascuas!

¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!» (Secuencia de Pascua).

San Pablo: «Si habéis resucitado con Cristo vuestra vida, entonces os manifestaréis gloriosos con Él».(Colos. 3 1-4)

Meditación del Domingo de Resurrección
En medio de la alegría por la resurrección de Jesucristo, debemos esperar siempre el encontrarle, el hablarle… Esperar a Cristo, motor de nuestra fidelidad.
Petición-Fruto: Alégrame por la resurrección de Cristo, por su victoria sobre el mundo, sobre el mal, sobre la muerte. Yo también he resucitado
con Él.
Puntos a Meditar:
Al tercer día resucitó. En esta piedra angular se basa nuestra fe. El Señor de la vida había muerto, pero ahora vive, triunfa.
En esta Victoria, el hombre es llamado a su dignidad más grande. ¿Cómo no alegrarse por la victoria de Aquel que tan injustamente fue condenado a la pasión más terrible y a la muerte en la cruz? ¿por la victoria de Aquel que anteriormente fue flagelado, abofeteado, ensuciado con salivazos, con tanta inhumana crueldad?
Este es el día de la esperanza universal, el día en que en torno al resucitado, se unen y se asocian todos los sufrimientos humanos, las desilusiones, las humillaciones, las cruces, la dignidad humana violada, la vida humana no respetada.
La Resurrección nos descubre nuestra vocación cristiana y nuestra misión: acercarla a todos los hombres. El hombre no puede perder jamás la esperanza en la victoria del bien sobre el mal.
Para Reflexionar:
· ¿Creo en la Resurrección?, ¿la proclamo?
· ¿Creo en mi vocación y misión cristiana?, ¿la vivo?
· ¿Creo en la resurrección futura?, ¿me alienta en esta vida?

Dijo entonces Jesús: Aún estaré con vosotros un poco de tiempo, y me iré al que me ha enviado (Jn 7:33). También dijo: y Yo, si fuere levantado de la tierra, atraeré a todos a mí (Jn 12:32).

Los apóstoles fueron los primeros en reconocer y hablar sobre la resurrección de Jesús, y así se lo hicieron saber a los primeros cristianos. Pedro en su discurso dice que a Jesús lo alzaron en la cruz: “Pero Dios, rotas las ataduras de la muerte, le resucitó”

San Pablo en la cartas a los Corintios, 15: 3-8 les dice: Pues, a la verdad, os he transmitido, en primer lugar, lo que yo mismo he recibido, que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, que resucitó al tercer día, según las Escrituras, y que se apareció a Cefas, luego a los Doce. Después se apareció una vez a más de quinientos hermanos, de los cuales muchos viven todavía, y algunos murieron; luego se apareció a Santiago, luego a todos los apóstoles; y después de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí.”

Jesús al enseñarnos el Padrenuestro, nos enseño que le pidamos Dios que se haga su voluntad aquí en la tierra como en el cielo. Así es como fue Jesús resucitado por la voluntad de Dios. Rezamos en el Credo: padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso, desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Esa es nuestra fe, así es nuestra vida espiritual, llena del amor de Dios y de la convicción que Jesus vive para los hombres, esa fe, nos hace sentir que ¡Jesús Vive!

La Resurrección, narrada por los Evangelistas

Según san Mateo 28:2-7

Y sobrevino un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, removió la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella. Era su aspecto como el relámpago, y su vestidura blanca como la nieve. De miedo de él temblaron los guardias y se quedaron como muertos. El ángel, dirigiéndose a las mujeres, dijo: No temáis vosotras, pues sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí, ha resucitado, según lo había dicho. Venid y ved el sitio donde fue puesto. Id luego y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos y que os precede a Galilea; allí lo veréis. Es lo que tenía que deciros.

Según san Marcos 16:5-7

Entrando en el monumento, vieron un joven sentado a la derecha, vestido de una túnica blanca, y quedaron sobrecogidas de espanto. El les dijo: No os asustéis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el sitio en que le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que os precederá a Galilea: allí le veréis, como os ha dicho.

Según san Lucas 24:2-7

“y encontraron removida del monumento la piedra, y, entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Estando ellas perplejas sobre esto, se les presentaron dos hombres vestidos de vestiduras deslumbrantes. Mientras ellas se quedaron aterrorizadas y bajaron la cabeza hacia el suelo, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado. Acordaos cómo os habló estando aún en Galilea, diciendo que el Hijo del hombre había de ser entregado en poder de los pecadores, y ser crucificado, y resucitar al tercer día.”

Según san Juan 20: 11-13

María se quedó junto al monumento, fuera, llorando. Mientras lloraba, se inclinó hacia el monumento, y vio a dos ángeles vestidos de blanco, uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús. Le dijeron: ¿Por que lloras, mujer? Ella les dijo: Porque han tomado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. En diciendo esto, se volvió para atrás y vio a Jesús que estaba allí, pero no conoció que fuese Jesús.

La tumba vacía

En los cuatro relatos, nos encontramos con la tumba vacía, san Mateo dice; “sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí, ha resucitado”, san Marcos dice: Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado; ha resucitado, no está aquí; mirad el sitio en que le pusieron, san Lucas dice: y, entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús, san Juan dice: Porque han tomado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto. Y diciendo esto, se volvió para atrás y vio a Jesús que estaba allí.

El mensaje de Dios a través de los Ángeles

Hemos aprendido que un ángel habla cuando se formula en palabras un mensaje de Dios, y ese mensaje en estos relatos en de la resurrección. San Mateo dice; El ángel, dirigiéndose a las mujeres, dijo: No temáis vosotras, pues sé que buscáis a Jesús el crucificado…. Id luego y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos. San Marcos, no trae la palabra Ángel, pero los describe con las vestiduras que utilizaban los Ángeles, y lo relata así; vieron un joven sentado a la derecha, vestido de una túnica blanca. San Lucas, tampoco menciona la palabra ángeles, pero al igual que san Marcos da entender que si lo son, el los relata así: Estando ellas perplejas sobre esto, se les presentaron dos hombres vestidos de vestiduras deslumbrantes. San Juan lo narra de esta forma: y vio a dos ángeles vestidos de blanco, uno a la cabecera y otro a los pies de donde había estado el cuerpo de Jesús. El mensaje de la resurrección, nos llega como un mensaje de Dios.

Proclamar la resurrección

Decimos y anunciamos, con claridad y sin equívoco, es decir proclamamos la resurrección de Jesús, es decir esta no se puede describir, sino sólo proclamar. En efecto, ninguno de los Evangelios describe como fue, san Mateo dice que: “sobrevino un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, removió la piedra del sepulcro y se sentó sobre ella.” La expresión el “gran terremoto” procede de la idea del antiguo vocabulario bíblico para explicar los “signos de la teofanía”, es decir una manifestación de la divinidad, en otras palabras, ha ocurrido una manifestación de Dios. San Marcos tampoco explica como fue la resurrección, solo dice que: Muy de madrugada, el primer día después del sábado, en cuanto salió el sol, vinieron al monumento. Se decían entre sí: ¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del monumento? Y mirando, vieron que la piedra estaba removida; era muy grande. (Mc 16; 2-4). Esto es Jesús no estaba ya allí, porque no estaba muerto. El mensaje de resurrección de la tumba vacía. Dios manifestó así sus misterios.

Las Mujeres van a la tumba

Según san Mateo, dice que: Pasado el sábado, ya para alborear el día primero de la semana, vino María Magdalena, con la otra María, a ver el sepulcro. (Mt 28:1). ¿Cuál es la finalidad de la visita de estas mujeres al sepulcro? Según Mt, vinieron “para verlo.” San Marcos aclara algo mas, el dice que eran tres mujeres y venían para ungirle “Pasado el sábado, María Magdalena, y María la de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a ungirle” (Mc 16:1), san Lucas dice que: vinieron al monumento, trayendo los aromas que habían preparado, (Lc 24: 1, 10) y luego dice: Eran María la Magdalena, Juana y María de Santiago y las demás que estaban con ellas. La rapidez con que se había embalsamado el viernes el cuerpo del Señor debió de ser un poco precipitada y provisional. Precisamente aquella misma tarde, las mujeres habían preparado aromas y mirra, así lo relata san Lucas (Lc 23:55-56) Las mujeres que habían venido con El de Galilea le siguieron y vieron el monumento y cómo fue depositado su cuerpo. A la vuelta prepararon aromas y mirra. Durante el sábado estuvieron quietas por causa del precepto. Es decir ellas vinieron a terminar aquella obra de amor a su Maestro.
Pedro y Juan van al sepulcro, Evangelio según san Juan 20:3-10.

Salió, pues, Pedro y el otro discípulo y fueron al monumento. Ambos corrían; pero el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro, y llegó primero al monumento, e inclinándose, vio los lienzos; pero no entró. Llegó Simón Pedro después de él, y entró en el monumento y vio los lienzos allí colocados, y el sudario que habían estado sobre su cabeza, no puesto con los lienzos, sino envuelto aparte. Entonces entró también el otro discípulo que vino primero al monumento, y vio y creyó; porque aún no se habían dado cuenta de la Escritura, según la cual era preciso que Él resucitase de entre los muertos. Los discípulos se fueron de nuevo a casa.

Pedro y Juan debieron de salir enseguida de recibir esta noticia, pues ambos “corrían.” San Juan nos revela en este relato rasgos interesantes, dice: “el otro discípulo corrió más aprisa que Pedro”. En efecto, Pedro debía de estar sobre la mitad de su edad, sobre los cincuenta años (Jn 21:18.19), y, según San Ireneo, vivió hasta el tiempo de Trajano (98-117). Esto hace suponer que san Juan pudiese tener entonces sobre veinticinco o treinta años, él por su juventud y su fuerte ímpetu de amor a Cristo, “corrió más aprisa” y llegó primero al sepulcro. Pero “no entró.” Sólo se “inclinó” para ver el interior. Teniendo el sepulcro la entrada en lo bajo y teniendo que agacharse para entrar, es decir san Juan, para poder echar una ojeada al interior, tenía que “inclinarse.” Además san Juan no entró, esperando a Pedro. ¿Por qué esto?, no lo dice. Pedro es el primero que entra en el sepulcro. El evangelista insiste en lo que vio: los “lienzos” en que había sido envuelto estaban allí; y el “sudario” en que se había envuelto su cabeza no estaba con los “lienzos,” sino que estaba “enrollado” y puesto aparte. El evangelista, al recoger estos datos, pretende, manifiestamente, hacer ver que no se trata de un robo; de haber sido esto, los que lo hubiesen robado no se hubiesen entretenido en llevar un cuerpo muerto sin su mortaja, ni en haber cuidado de dejar “lienzos” y “sudario” puestos cuidadosamente en sus sitios respectivos (Lc 24:12). A este propósito, el caso de Lázaro al salir del sepulcro, “fajado” de pies y manos y envuelta su cabeza en el “sudario,” antes descrito por el evangelista, era aleccionador (Jn 11:44). San Juan pone luego el testimonio de fe. También él entró “y vio, y creyó.” Vio el sepulcro vacío, sin que hubiese habido robo. Y “creyó.”

Las apariciones de Jesús.

A primera vista las apariciones de Jesús resucitado son simplemente dichas, es decir se expresan que Jesús simplemente está o estaba ahí. Jesús vive. Los relatos expresan la existencia postpascual de Jesús con medios muy terrenos: no dicen que llegó como un “espíritu,” sino que comió con sus discípulos; Tomás pudo tocar los agujeros de sus llagas. Pese a lo cual la manera y naturaleza de ese cuerpo resucitado de Jesús contradice en los relatos las leyes de los cuerpos materiales; para él ni los muros ni las puertas cerradas constituyen un impedimento; para él no existían las distancias. Esta idea es importante porque refrenda la realidad espiritual de las apariciones.

Los apóstoles, los discípulos y hombres como Santiago y Pablo, que en manera alguna propendían al reconocimiento de Jesús como Mesías, dejaron de lado su desconfianza y creyeron. Quienes fueron honrados con alguna de las apariciones referidas de Jesús se convirtieron en testigos: del Resucitado que vivía. Por ello en las historias de apariciones que relatan los Evangelios Sinópticos las mujeres pasan a un segundo plano. No es que no las hayan tenido en absoluto, sino que los Sinópticos no conceden gran valor a su testimonio. Las mujeres, en efecto, no podían actuar en los tribunales como testigos. Marcos sólo menciona de paso a María Magdalena (16:9). Y cuando la propia María Magdalena les refirió a los apóstoles la aparición de Jesús, “ellos se resistieron a creer” (Mc 16:11). Pero Juan relata ampliamente una aparición a María Magdalena (Jn 20:11-18) y presenta así la doctrina explícita de que el Cristo terreno y el Jesús resucitado y transfigurado son la misma persona.

La misma tendencia de la buena nueva de la salvación (muerte y resurrección de Cristo), fundamento de la fe cristiana, late en los relatos de la aparición de Jesús a Tomás y en el lago de Genesaret; en ambas apariciones se destaca con fuerza la vinculación con la vida terrena de Jesús: en la de Tomás, mediante las heridas de la crucifixión de Jesús; en la del lago, mediante la situación que crea la pesca milagrosa y con la llamada a Pedro y el recuerdo de su negación. De lo que se trata en esas historias es de proclamar la identidad del Resucitado con el Jesús que había vivido sobre la tierra.

Ni los relatos sobre la tumba vacía ni sobre las apariciones de Jesús intentan ser relatos de hechos evidentes; más bien quieren expresar en palabras las experiencias intelectual-espirituales (Cuando la Biblia califica de “apariciones” esos encuentros con el Resucitado, quiere decir que se trata de encuentros de tipo intelectual-espiritual, por lo demás descritos casi siempre con un vocabulario tomado del mundo sensible) de las mujeres, los apóstoles y los discípulos con el Cristo vivo a pesar de la muerte y de la sepultura. Es así como esos relatos están dispuestas de tal modo que en las formas más diferentes se habla de un único “ver a Jesús”: se dejó ver por ellos, se les apareció. Jesús nos muestra aquí su gran amor por sus amigos, por que ellos le habían abandonado.

Los sanedritas se enteran de la resurrección de Cristo

Evangelio según san Mateo 28:11-15.

Mientras iban ellas, algunos de los guardias vinieron a la Ciudad y comunicaron a los príncipes de los sacerdotes todo lo sucedido. Reunidos éstos en consejo con los ancianos, tomaron bastante dinero y se lo dieron a los soldados diciéndoles: Decid que, “viniendo los discípulos de noche, lo robaron mientras nosotros dormíamos.” Y si llegase la cosa a oídos del procurador, nosotros lo aplacaremos y estaréis sin cuidado. Ellos, tomando el dinero, hicieron como se les había dicho.

Según el relato, la guardia romana puesta en el sepulcro huye, ante el hecho del ángel aterrador y el sepulcro abierto, a comunicar la noticia y justificarse. Había que dar una explicación de alguna manera de aquel suceso. Hay una reunión de gentes sanedritas y se apela al dinero. Aquella soldadesca mercenaria aceptaba fácilmente aquella propuesta: mientras dormían, habían robado el cuerpo. Mas a quien lo pensase, no le parecería verosímil: ¿cómo dormir en una custodia, que era gravemente punible en el código militar? ¿Cómo atreverse nadie ante la tropa, máxime sus discípulos, a intentar violar un sepulcro? ¿Cómo no despertar ante el ruido de gentes y de instrumentos y del rodaje de la piedra sepulcral? Alguna explicación había de darse. Las gentes sanedritas se comprometían a apaciguar al procurador si la noticia llegaba a él. Si a ellos no les interesaba el asunto, menos había de preocuparle aquel enojoso asunto a Pilato.
Encuentro de Jesús con dos discípulos, Los discípulos de Emaús.

Evangelio según san Lucas, 24:13-35

El mismo día, dos de ellos iban a una aldea que dista de Jerusalén sesenta estadios, llamada Emaús, y hablaban entre sí de todos estos acontecimientos. Mientras iban hablando y razonando, el mismo Jesús se les acercó e iba con ellos, pero sus ojos no podían reconocerle. Y les dijo: ¿Qué discursos son éstos que vais haciendo entre vosotros mientras camináis? Ellos se detuvieron entristecidos, y, tomando la palabra uno de ellos, por nombre Cleofás, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no conoce los sucesos en ella ocurridos estos días? El les dijo: ¿Cuáles? Contestáronle: Lo de Jesús Nazareno, varón profeta, poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo; cómo le entregaron los príncipes de los sacerdotes y nuestros magistrados para que fuese condenado a muerte y crucificado. Nosotros esperábamos que sería El quien rescataría a Israel; mas, con todo, van ya tres días desde que esto ha sucedido. Nos asustaron ciertas mujeres de las nuestras que, yendo de madrugada al monumento, no encontraron su cuerpo, y vinieron diciendo que habían tenido una visión de ángeles que les dijeron que vivía. Algunos de los nuestros fueron al monumento y hallaron las cosas como las mujeres decían, pero a El no le vieron. Y El les dijo: ¡Oh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo lo que vaticinaron los profetas! ¿No era preciso que el Mesías padeciese esto y entrase en su gloria? Y, comenzando por Moisés y por todos los profetas, les fue declarando cuanto a El se refería en todas las Escrituras. Se acercaron a la aldea adonde iban, y El fingió seguir adelante. Obligáronle diciéndole: Quédate con nosotros, pues el día ya declina. Y entró para quedarse con ellos. Puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Se les abrieron los ojos y le reconocieron, y desapareció de su presencia. Se dijeron unos a otros: ¿No ardían nuestros corazones dentro de nosotros mientras en el camino nos hablaba y nos declaraba las Escrituras?

Hermoso relato de Lucas, en el nos dice que el primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, el mismo día de la resurrección del Señor, en el cómputo judío el primer día de la semana, dos de ellos, de los discípulos que estaban reunidos con los apóstoles tuvieron que salir de camino de Jerusalén. Probablemente fuesen peregrinos que, cumplidos los primeros ritos pascuales, se volvían a su pueblo. Era ésta una aldea llamada Emaús.

En su caminar, preocupados por los acontecimientos, se les une en el camino, como un viajero más, Jesús. Pero ellos no le reconocieron. El texto dice: pero sus ojos estaban retenidos para no reconocerle. Algunos autores piensan que se trata de una acción sobrenatural que les impedía reconocer a Jesús. La frase no debe de exigir una acción de este tipo. Era sencillamente que la apariencia de Jesús resucitado, cuerpo glorioso, se les mostró en una forma no ya la ordinaria. Como fue en el caso de Magdalena, recordemos que ella piensa que es un hortelano y donde se dice que no le conoció, pero sin alegar una acción sobrenatural que se lo impidiese; o cuando Jesús resucitado se les aparece junto al Tiberíades, y de momento no le reconocieron los discípulos.

La conversación se inicia con la preocupación que les embaraza, por lo que pasó en Jerusalén. El impacto tuvo que ser muy grande en la ciudad, pues Jesús era muy conocido, los peregrinos de todo Israel estaban allí con motivo de la fiesta pascual y la crucifixión era siempre un acto espectacular. Estos peregrinos hablan de Jesús Nazareno, nombre con que era conocido, pero como de un profeta. Sin embargo, con este nombre piensan en el Mesías, pues esperaban que rescataría a Israel. Estaban en la promesa mosaico-mesiánica. Y le reconocen poderoso en obras y palabras, estilo de Lc (Act 7:22), con el que los peregrinos proclaman la obra salvadora doctrinal de Jesús y su vida de milagros.

El desánimo en ellos está patente. Su esperanza no se ve. Esperaban que rescataría a Israel, y van tres días de su muerte. Reflejan estos peregrinos la concepción judaica de la escatología mesiánica de formas complejas o confusas, que ya aparece en la petición del buen ladrón (Lc), y según la cual se esperaba que el gran período mesiánico se inauguraría con la resurrección de los muertos. Y aunque aluden a la visita de las mujeres al sepulcro, y que no hallaron el cuerpo de Jesús, y que habían tenido una visión de ángeles, que les dijeron que vivía, y que algunos discípulos fueron al sepulcro y no hallaron el cuerpo del Señor, el desánimo y la desilusión se acusa en ellos. La cifra de tres días, tan anunciada por Jesús para su resurrección, estaba muy fija en ellos. El alma permanecía tres días sobre el cadáver y lo abandonaba al cuarto (Talmud).

Este es el momento en que Jesús les explica lo que en las Escrituras se decía de El: que por el sufrimiento entraría en su gloria. Hacía falta deshacer el concepto judío de un Mesías triunfante política y nacionalmente; había de sufrir. Por eso apeló al gran argumento en Israel: las Escrituras. Y comenzó por Moisés (Pentateuco) y los Profetas. No faltó en la exposición, de seguro, la profecía mesiánica del Siervo de Yahvé. Así era preciso que el plan del Padre, revelador de las Escrituras, se cumpliese. Y así el Mesías entraría en su gloria. Pronto van a ver parte de esta vida sobrenatural que tiene en su aparición a ellos, a pesar del desconocimiento que tienen de El y su misteriosa desaparición. A la hora en que san Lucas lo refiere, no debe ser ajeno a él, en la expresión su gloria, la plena irradiación de su divinidad a través de su humanidad.

En el resto del relato, Jesús esta la mesa con estos peregrinos. Jesús, como invitado, tomó el pan (en sus manos), lo bendijo, lo partió y se lo dio. ¿Qué significa este acto? ¿Es la simple bendición del pan ritual en la mesa? ¿O es que Jesús realizó allí el rito eucarístico? Estos peregrinos le reconocieron en la fracción. Pero éstos no asistieron a la última Cena ni es fácil que hubiesen oído explicar este rito a los apóstoles. Más, por otra parte, esta expresión del relato parece una forma del rito eucarístico de la consagración del pan en los sinópticos. Si el relato se considera histórico en todos sus detalles, se impone el sentido no eucarístico, ya que estos discípulos no habían asistido a la última Cena. Sería el rito ordinario de partir el pan y bendecirlo en la comida, hecho, como invitado de honor, por Jesús. Si la expresión viene a tener una coincidencia con la fórmula sinóptica eucarística, pudiera ser un Idea o expresión demasiado repetidas o tópicas con el que se expresaba el rito de la bendición de la mesa, de donde el mismo Jesús lo parece tomar para el rito nuevo eucarístico. Era una buena semejanza, basada en la misma naturaleza de las cosas.

Sin embargo recordemos que Jesús les dijo: ¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él, es decir, primero Jesús se detiene en la enseñanza de las Escrituras, que llevan a Jesús, y luego él, por la consagración eucarística, está ante ellos por su real presencia eucarística y resucitado.

Lo que aquí se intenta no es, como en las apariciones de Jesús a sus apóstoles, el hecho mismo de la aparición, el hecho que Jesús viene, se presenta, se muestra. Para los discípulos de Emaús no basta que Jesús esté allí; es preciso aún más: que se le reconozca. No es una narración con finalidad apologética, sino con un deliberado enfoque teológico. Dada esta enseñanza, Jesús desaparece.

Pero San Lucas a veces no explica en su evangelio expresiones muy judías (Lc 20:17). El evangelio procede, en parte, de una catequesis, donde las explicaciones habían de tener mayor volumen. Por eso, la síntesis evangélica puede omitir cosas supuestas. Además, es muy poco probable que los lectores de Lucas no conociesen este tipo de bendición judía de la mesa cuando el mismo ágape debió de tener su origen en los preludios judíos de la cena del Señor. Y esto suponía una explicación de lo mismo. Además, esta narración está situada entre hechos manifiestamente apologéticos de este capítulo de Lucas.

Si la frase fracción del pan, anterior a su específico uso cristiano, es aquí síntesis de tomó el pan, lo partió., ambas fórmulas son del rito judío. Y Jesús tenía su rito, como se ve en los sinópticos. De aquí que la forma usual y repetida de la bendición del pan en Emaús pudiese, por su uso eucarístico, revertir sobre la fórmula histórica primitiva de bendición de la comida, evocando a esta hora, en cierto sentido, la Eucaristía, pero sin exigir, por ello, el que fuese la Eucaristía este rito. Lo mismo que se lee, citado por San Jerónimo, en el apócrifo Evangelio a los Hebreos: Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y lo dio al Justo Santiago, y le dijo: Hermano mío, come tu pan, porque resucitó el Hijo del hombre de entre los muertos. Y no se trata de la Eucaristía.

Por último, la narración de la explicación que Jesús les hace de las Escrituras tiene un manifiesto valor apologético: les trata de hacer ver el verdadero mesianismo profético.

Pero este hecho me recuerda algo muy importantes en nuestra celebración litúrgica, primero se escucha a Jesús en la lectura y luego se entra en contacto con El por la Eucaristía.

Estos discípulos, conociendo a Jesús en el rito del pan, por ser característica suya la bendición, o el tono de voz, volvieron presurosos a Jerusalén. Allí encontraron a los Once y a sus compañeros. Fácilmente podemos imaginar con que alegría, detalles y viveza contaron su encuentro con Jesús. Estos les dijeron: Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón! Sin embargo no les creyeron (Mc 16:13), al menos en un principio. Pero también ellos supieron que el Señor, el Kyrios, confesándose así la divinidad de Jesús, como lo hacía con este nombre la Iglesia primitiva, se había aparecido a Pedro. Sólo por san Lucas, en los evangelios, se sabe esta aparición. Acaso dependa de Pablo (1 Cor 15:5). Pero con ello se destaca a un tiempo el amor del perdón del Señor al Pedro negador y el prestigio de éste en la comunidad cristiana.

Los discípulos, se sintieron atrapados por las palabras y la compañía de Jesus, así es como le dijeron «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba». Eso es lo que queremos decirle hoy a Jesús, eso es lo que le rogamos, que se quede, porque sin el la tarde se hace oscura, sin El queda vacía el alma, y El es Luz para la oscuridad, alegría y consuelo para el espíritu.

Jesús se dio a conocer a los discípulos cuando estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron. Así hoy nosotros, es donde encontramos a Jesús, así se nos da a conocer en la Eucaristía de cada día, allí es donde debemos abrir los ojos y reconocer a nuestro Señor y donde nos arde nuestro corazón porque nos colma con su gracia. ¡Jesús vive!

Nada es imposible para ti – Hermana Glenda

Tengo sed de ti – Hermana Glenda

Se que no me dejaras – Hermana Glenda

«Cuan manso y amoroso» Hermana Glenda




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