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Guerra contra Al Qaeda

En las últimas semanas la guerra contra Al Qaeda se ha cobrado la cabeza de uno de los históricos líderes de la organización, Mustafa al-Yazid, número tres en la jerarquía islamista, conocido también como Jeque Saeed al-Masri, abatido por los misiles de un avión sin piloto en la frontera afgano-paquistaní, concretamente en un ataque contra la casa de su propiedad, a 25 kilómetros al oeste de Miranshah, la principal ciudad en la provincia de Waziristán Norte.
Es un caso concreto de cómo la actividad de los “drones”, los aviones no tripulados, están eliminando a numerosos cabecillas de Al Qaeda, siguiendo un plan tan meticuloso y discreto como eficaz, que ya lleva más de una treintena de misiones en lo que va de año.

Es cierto, como se está apuntando en medios especializados, que sustituirlo será relativamente fácil para la organización, cuya reestructuración en nuevas unidades muy descentralizadas les sirve para operar con gran autonomía y rápida regenación, pero no minusvaloremos la caída de Mustafa al-Yazid, que sin duda tendrá serias repercusiones. La razón es que Al Qaeda se nutría intensamente de los fondos económicos que recaudaba al-Yazid, cuya capacidad en este tema era amplia, dada su condición de miembro fundador de la organización y habilidad financiera. Su papel en la misma distaba mucho de ser accesorio; era uno de los principales enlaces con Osama bin Laden y el número dos, el médico egipcio Ayman al-Zawahiri. Además, estaba a cargo de las operaciones cotidianas de Al-Qaeda en Afganistán y participaba activamente en la gestión de las finanzas y la planificación de algunas operaciones.
Ha sido, pues, una pérdida sustancial para Al Qaeda y marca de alguna manera el principio del fin de sus líderes históricos. Al-Yazid, de origen egipcio, con 55 años de edad, era un ejemplo del yihadismo clásico. En los 80 fue arrestado por estar implicado en el asesinato del presidente egipcio, Anuar el Sadat, y después se unió a la causa de bin Laden, convirtiéndose en uno de los fundadores de Al Qaeda. En 1998 participó en los ataques terroristas contra las embajadas de Estados Unidos en Kenia y Tanzania, y en 2007 ascendió al puesto número tres de la organización cuando su predecesor, Abu Ubaida al-Masri, murió de hepatitis en Pakistán.

También fue el hombre encargado de financiar toda la logística para perpetrar los ataques terroristas del 11/S de 2001, transfiriendo fondos, vía Dubai, a Mohamed Atta, Marwan Al Shehhi y Wal Al Shehri, tres de los yihadistas que lanzaron los aviones contra las Torres Gemelas y el Pentágono.
La cuenta atrás para bin Laden, al-Zawahiri y otros dirigentes, está en marcha y terminará con su aislamiento total, su eliminación o captura. De hecho, los éxitos de las Operaciones Especiales y los ataques con aviones de control remoto, que ya han permitido eliminar a cientos de miembros de Al Qaeda y de los talibanes sólo en lo que llevamos de año, ha colocado a bin Laden y su círculo cercano de asesores, en una situación de creciente aislamiento dentro de la organización, y con dificultades cada vez mayores para encontrar refugios seguros.
Esto, que en sí mismo es una buena noticia, no significa que Al Qaeda esté cerca de su derrota final. Al día de hoy, la organización se ha convertido en un enemigo fragmentado, con células dispersas en Yemen, Iraq, Afganistán, Paquistán, norte de África, Somalia, Europa y Estados Unidos. Por citar sólo algunos de sus principales centros de captación, entrenamiento y operaciones.
La capacidad de reclutar nuevos adeptos sigue en la base de la regeneración de Al Qaeda, cuya peligrosidad es enorme porque no deja de intentar nuevos y demoledores ataques terroristas, con yihadistas cada vez más radicalizados.
Sin embargo, los golpes que le hemos asestado en estos años ha debilitado seriamente la estructura de Al Qaeda, tanto la operativa como la que se encarga de las finanzas, dejando a la organización muy vulnerable, pero aún así con células independientes que pueden operar de forma puntual y con capacidad para provocar graves ataques en cualquier punto del mundo.
La eliminación de líderes de Al Qaeda es necesaria porque empuja a la organización a un debilitamiento creciente y su destrucción última, pero no es suficiente para detener a sus células asociadas, que pueden llevar a cabo misiones sin apenas planificación, con pocos recursos, nada sofisticadas y muy difíciles de prevenir o detectar a tiempo. Por eso, el control y la detección de estas células, que igual pueden estar en Karachi o Argel, que en Madrid, Barcelona o Nueva York, debe ser una prioridad en la lucha antiterrorista, igual que su detención o eliminación. Los operativos de vigilancia, infiltración y control, son las herramientas que necesitamos impulsar de la mano de agentes que operen sobre el terreno.
La Inteligencia Humint, (humana) vuelve a ser más necesaria que nunca, con ayuda de la alta tecnología que puede proporcionarnos “oídos” y “ojos” electrónicos. En esta cadena de supervisión y localización de blancos yihadistas, el trabajo que empieza en Afganistán no concluye allí sino que tiene continuidad en las calles de todo el mundo. Un trabajo que debe ser intenso, cada día, para recoger frutos porque Al Qaeda sólo necesitar acertar una vez de nuevo para poner al mundo al borde del precipicio.
Evitarlo es el objetivo de esta guerra que no ha terminado aún.




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