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Tres parábolas sobre la misericordia – Lucas, 15, 1-10

La Biblia es fuente de enorme sabiduría y lecciones eternas que nos ayudan a guiar una vida más plena y feliz. Sólo necesitamos entender y aplicar este conocimiento en la vida real.
La Parábola del Hijo Pródigo es una de las tres parábolas sobre la misericordia que relata San Lucas Evangelista.
Lucas, según la tradición, era un médico que acompañó a Pablo de Tarso. Su evangelio se compone de 26 capítulos y es el que más se dedica a narrar pasajes de la vida de la Virgen, los dos primeros capítulos están dedicados a ella; el que más se ocupa de la pobreza y la riqueza (Parábola de Lázaro y Erpulón); de la misericordia de Dios (Parábolas de la oveja perdida; la moneda perdida y el hijo pródigo) y es el que está mejor escrito en griego, ya que era gentil y procedía de Grecia. Escribió el primer Evangelio y luego el Libro de los Hechos de los Apóstoles.

Las parábolas tienen un significado cuando las pronuncia Jesús, otro cuando las escriben sus apóstoles y otro tercero distinto cuando las actualizamos y releemos ahora. En estas tres parábolas, se presentan tres realidades, tres cosas que se pierden. Se pierde una oveja, que es un animal; se pierde una moneda, que es un objeto (dinero) y se pierde una persona, que es el hijo. En los tres casos, el pastor, la mujer y el padre, se ponen en acción para encontrarla.
El pastor va en busca de la oveja, que quizá se había quedado rezagada porque estaba coja, y cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros y la presenta como un trofeo.
De nuevo, Jesús tiene muy presente al auditorio femenino y emplea una parábola que las mujeres pueden entender muy bien. Una mujer que tenía diez monedas y se la perdió una. Si se hubiera tratado de un ricachón que tuviera cien monedas, quizá no le diera importancia, pero en su caso es una parte importante y se pone a buscarla por toda la casa hasta encontrarla.


En la tercera, el Padre recupera al hijo menor que le pidió su parte de la herencia, que no tenía obligación de dársela, y la dilapida (le deja ejercer su libertad). Cuando vuelve, él lo acoge y celebra una fiesta porque lo ha recuperado. Convence al hijo mayor, que estaba reticente, y quizá no era tan bueno como él se pensaba, de que se alegre por la vuelta de su hermano, ya que él, como está con su padre, ya tiene todo.
Todos debemos reflexionar con cuál de las tres figuras nos identificamos; con el padre, con el hijo mayor o con el hijo menor.
El hijo menor representa a los que se alejan de la Iglesia y de Dios, que no quieren sujetarse a ninguna norma, ni obedecer. Son como ovejas descarriadas y les falta todo, les falta el pan verdadero. Dios siempre está dispuesto a acogerlos para que vuelvan a la verdadera vida. El Padre misericordioso representa a Dios.

Podemos preguntarnos:

– ¿Le mereció la pena al hijo menor hacer lo que hizo?
– ¿Creemos en un Dios tan misericordioso como lo es el padre?
– ¿Pensamos, como el hijo mayor, que somos tan buenos?
– ¿De verdad estamos dispuestos a acoger a los hermanos aunque sean diferentes a nosotros?




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