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Kateri Tekakwitha y Marianne Cope, canonizadas

Hay historias de extraordinario valor que son una fuente de inspiración y motivación. Conocerlas nos impulsan a ser mejores y superarnos por el ejemplo a seguir que representan.
Las canonizaciones del Vaticano nos presentan algunos de los personajes más interesantes desde un punto de vista humano, espiritual y solidario. Recientemente hemos tenido ocasión de conocer la canonización de la primera nativa americana, Kateri Tekakwitha, y de la monja franciscana estadounidense Marianne Cope, que vivió en el siglo XIX en la ciudad de Utica, Nueva York, cerca de donde precisamente Kateri vivió dos siglos antes, en el siglo XVII.
La historia de Kateri Tekakwitha nos refiere su papel en la recuperación de Jake Finkbonner, que estaba próximo a morir por la bacteria come carne contraída mediante un corte en los labios; incluso sus padres cumplieron con la extremaunción y ya hablaban de donar los órganos de su hijo de 5 años. Jake se encontraba en el Hospital Infantil de Seattle y la cámara hiperbárica del centro médico Virginia Mason, bajo la supervisión de un equipo pediatra e interdisciplinar; aquí se curó de la infección en el año 2006 y el Vaticano consideró que la sanación fue médicamente inexplicable. Los expertos médicos del proceso de canonización y los que atendieron a Jake, según han probado, no saben por qué se curó el niño. Este es el «milagro» que se necesitaba para elevar a Kateri Tekakwitha a la santidad, la primera nativa de EE.UU que recibe este honor. Al igual que la Iglesia Católica, Jake, que ahora tiene 12 años, está totalmente convencido de que las oraciones que su familia y la comunidad le ofrendaron a Dios mediante la intercesión de Kateri, además de la colocación de una reliquia de Kateri en una de las piernas, fueron la causa de que haya sobrevivido.

Jake, que es un entusiasta jugador de baloncesto y corredor de campo a través, estuvo presente en la canonización al lado de cientos de miembros de su tribu, Lummi, del estado noroccidental de Washington y de otras comunidades indígenas de Estados Unidos y Canadá que convergieron en Roma para honrar a uno de los suyos. La familia Finkbonner es oriunda de la pequeña ciudad de Ferndale, Washington. Además de honrar el recuerdo de Kateri Tekakwitha, con su canonización la Iglesia Católica hace posible alentar entre los nativos estadounidenses la conservación de su fe cristiana en medio de un persistente resentimiento entre algunos de que el catolicismo les fue impuesto hace varios siglos por los misioneros coloniales.
Como ha recordado la madre de Jake, Elsa Finkbonner, «todos tienen un propósito en esta Tierra (…) Creo que este domingo Jake determina su propósito, y ése es hacer santa a Kateri».
Kateri Tekakwitha (Ossessernon, 1656 – Caughnawaga, 17 de abril de 1680) fue una laica católica iroquesa; hija de un jefe mohawk y de una india algonquina cristianizada. Nació en Ossessrnon, lo que hoy es Auriesville, Nueva York. Su nombre indígena era Tekawhitha (que en iroqués se traduce como «aquella que camina a tientas»), pero fue bautizada con el nombre de Kateri (en español Catalina). En el siglo XVII la orden de los jesuitas tenían misiones entre los indios desde América del Norte hasta Paraguay y Argentina. Dos de estos jesuitas eran los santos Isaac Jogues y Jean de Lalande, quienes sufrieron el martirio en manos de los indios en 1646 en Ossessrneon. Su madre, una india algonquina, ya había se había convertido al cristianismo cuando fue raptada por los iroqueses y casada con un jefe mohawk pagano. A los 4 años de edad, Kateri perdió a sus padres y a su hermano, una epidemia de viruela se extendió en Ossernenon, Tekakwitha sobrevivió pero quedó con cicatrices en el rostro y problemas de visión. A los 20 años fue bautizada por misioneros jesuitas franceses. Kateri pronto tuvo que sufrir por su fe grandes abusos y rechazo por parte de familiares y otros indios. La persecución fue tal que huyó de su pueblo, caminando unos 320 km (200 millas) por el bosque hasta llegar a Sault Ste. Marie, un pueblo cristiano cerca de Montreal, en 1677.
En 1679, ella tomó un voto de castidad, como en la expresión católica de la virginidad consagrada. Un año más tarde, el 17 de abril de 1680, Kateri murió a la edad de 24 años en Caughnawaga, cerca de Montreal, Quebec. Sus últimas palabras se dice que fueron: ¡Jesús, te amo! Kateri se caracterizó por su piedad, su incansable vida penitente en favor de su pueblo aborigen y por su amor a la Eucaristía. Después de su muerte, Kateri empezó a ser muy venerada, especialmente en Canadá. Conocida popularmente como «La flor de pascua de los mohawks». Muchos milagros se le han atribuido, en 1943 fue declarada venerable por el papa Pío XII y beatificada en junio de 1980 por el papa Juan Pablo II.
El contingente de católicos nativos estadounidenses asciende a unas 680.000 personas (más de un quinto del total de nativos), según la Conferencia de Obispos Católicos de EE.UU. Por décadas, un grupo de estos católicos esparcidos por el territorio norteamericano ha estado orando, primero por su beatificación, que se produjo en 1980, y después por su canonización, que por fin ha llegado. Su valor es que defendió sus creencias ante todo, y lo hizo con fuerza y fe.
Hay que destacar que la hermana Kateri Mitchell, de la Conferencia Tekakwitha, un organismo que representa a los católicos nativos en Estados Unidos, tuvo su papel en el milagro que aseguró la canonización de Kateri. Ella acudió al lecho de Jake Finkbonner cuando contrajo una infección bacterial, la bacteria Fasciitis necrocitante, también llamada Strep A, que genera toxinas que disuelven los tejidos a gran velocidad; a menudo la única forma de salvarse es cortar con rapidez el miembro infectado, y muchas veces tiene consecuencias fatales. Le pidió a la comunidad que solicitara la intervención de Kateri Tekakwitha y le colocó una de las reliquias de la joven mohicana – un pedazo del hueso de la muñeca – sobre el cuerpo. El niño todavía requiere de atención médica, es cierto, pero se recuperó de una forma que muchos, incluido El Vaticano, consideran milagrosa.

Miles de personas visitan sus santuarios, erguidos en San Francisco Javier y en Caughnawage, su lugar natal en Auriesville, Nueva York. Hoy en día sigue habiendo grandes peregrinaciones a estos lugares históricos y de gran importancia espiritual. En el santuario de Auriesville casi todo el mundo tiene una historia que contar de ayuda o sanación atribuida a Kateri Tekakwitha, así que en nada extraña que sea una nueva santa. Ella es considerada patrona de la naturaleza y de la ecología tal como lo es San Francisco de Asís.
El caso de Marianne Cope, también llamada Mariana de Molokai, es otra historia que inspira a las personas. En 1888, se trasladó a la isla de Molokaʻi, donde se ubicaba el asilo para leprosos de Kaulapapa, en Hawai, para asistir San Damián de Veuster, SS.CC., en sus últimos meses de vida y para seguir con sus trabajos de cuidar a los leprosos exiliados. En 1885 recibió la condecoración de Dama Compañera de la Real Orden de Kapiʻolani por sus servicios, de manos del Rey Kalākaua. Apoyó la construcción de la iglesia de Santa Filomena y del colegio católico de San Francisco de Asís. Fundó una lavandería para las leprosas y formó un coro para las iglesias. Exigió, a gritos, comida y medicamentos para los leprosos. Tras la muerte de Veuster en 1889, Cope fue llamada a Honolulu para que regresara a Siracusa, pero ella se negó y decidió establecer su residencia en Kaulapapa, donde murió el 9 de agosto de 1918.
Al igual que Kateri Tekakwitha, Marianne Cope fue canonizada el pasado 21 de octubre por el papa Benedicto XVI, el mismo pontífice que también la beatificó, y quien le dedicó estas palabras:
“Paso hablar ahora de Mariana Cope, nacida en 1838 en Heppenheim, Alemania. Con apenas
un año de edad fue llevada a los Estados Unidos y en 1862 entró en la Tercera Orden Regular
de san Francisco, en Siracusa, Nueva York. Más tarde, y como superiora general de su
congregación, Madre Mariana acogió gustosamente la llamada a cuidar a los leprosos de Hawai, después de que muchos se hubieran negado a ello. Con seis de sus hermanas de congregación, fue personalmente a dirigir el hospital en Oahu, fundando más tarde el hospital de Malulani en Maui y abriendo una casa para niñas de padres leprosos. Cinco años después aceptó la invitación a abrir una casa para mujeres y niñas en la isla de Molokai, encaminándose allí con valor y poniendo fin de hecho a su contacto con el mundo exterior. Allí cuidó al Padre Damián, entonces ya famoso por su heroico trabajo entre los leprosos, atendiéndolo mientras moría y continuando su trabajo entre los leprosos. En un tiempo en el que poco se podía hacer por aquellos que sufrían esta terrible enfermedad, Mariana Cope mostró un amor, valor y entusiasmo inmenso. Ella es un ejemplo luminoso y valioso de la mejor tradición de las hermanas enfermeras católicas y del espíritu de su amado san Francisco.”
Marianne Cope decidió hacerse monja a los 15 años, pero hasta los 24 tuvo que trabajar en una fábrica para ayudar económicamente a su familia. Luego ingresó en la orden de las Hermanas de San Francisco, de Filadelfia, en Estados Unidos.  Puso en marcha dos de los primeros 50 hospitales del país, que ayudaban a todos los enfermos. A menudo la criticaban por atender a los excluidos de la sociedad.
Son personas de este perfil las que deben motivarnos y de las que necesitamos aprender, las que no enseñan lecciones de humildad y humanidad.

Palabras del Papa Benedicto XVI sobre Marianne Cope, nueva santa

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