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Pensamientos, ideas y conceptos cristianos

Hay algunos conceptos e ideas que son indisociables de la fe cristiana y la base en la que se sustentan los creyentes y las ideas fundamentales que la vertebran. Conceptos esenciales como la vida eterna, que forma parte de la experiencia vital del cristianismo y del que no podemos prescindir. La perspectiva del más allá complementa este período de vida terrenal, y nos proporciona las pautas para vivir sin las ataduras de quien vive por y para el momento, construyendo una vida que al final sirva para algo, para nosotros y para los demás; el cristianismo nos impulsa a vivir con responsabilidad todo aquello que se nos ha dado para que, llegado el momento, podamos responder ante Dios.
Esto nos pone en el punto de partida porque requiere de nosotros que empecemos a dejar de mirarnos a nosotros mismos y preguntarnos qué es lo que quiere Dios. La vida sólo se llena de sentido y valor cuando la abrimos a los demás con amor, por eso necesitamos aprender a amar, apartar la atención del Yo para dirigirla a Él. Es como salir a la naturaleza, en ese instante nos llenamos de la grandeza de la vida. Al poner a Cristo en nuestro centro de vida, nos dejamos guiar por Dios, y empezamos a transitar el camino correcto.

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Los hay quien intentan apartar estas ideas en aras de las realidades de la ciencia, pero no son incompatibles, ni mucho menos. Todos los grandes científicos: Chaucy, Tycho de Brahe, Copérnico, Descartes, Newton, Leibnitz, Pascal, Marconi, etc., se han declarado fervientes creyentes. Sólo debemos vivir con la humildad de quien no conoce todo en el mundo. Que Dios sea insondable, no implica que no exista o que no podamos conocer algo de Él. Someter a Dios y su palabra a la razón es imposible porque escapa a nuestro razonamiento, al menos hasta ahora. En contra de lo que muchos se empeñan en afirmar actualmente, la Biblia nos sitúa en el contexto histórico y también nos ilumina el camino, porque el cristianismo no limita nuestra libertad ni nos exime de pensar con criterios razonables. No busca sustituir la ciencia, ni el intelecto, ni el esfuerzo deductivo. Nos entrega libertad para creer o no, para vivir de acuerdo a nuestro mejor saber y entender, y para evolucionar con nuestros conocimientos. Nos proporciona sabiduría para saber vivir adecuadamente, válida para toda época y personas, pero que requiere una correcta interpretación en cada momento.
Cuando contemplamos a Cristo en la cruz, vemos y comprendemos la decisión de amor a los hombres en ese acto de entrega y generosidad sin límites, y se establece un vínculo con nosotros a través del tiempo. En la muerte nace una esperanza de luz que no se apaga y prende en cada uno de los que miran. Sólo así crecemos como sabios con el paso del tiempo.

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La sabiduría cristiana nos conduce a evitar el temor que anida en todo ser humano: la soledad. Porque una vida cristiana facilita ser amado y amar. La conciencia actúa como una brújula interna en ese deambular por la vida, es algo vivo en sí mismo, que puede madurar o anquilosarse en el individuo, influenciada por el entorno social y la educación recibida, que es donde están los elementos que la activan o la embotan, los que hacen que sea una conciencia responsable o laxa ante el bien y el mal.
El misterio de la resurrección de Cristo es el hecho trascendente que nos eleva por encima de la muerte y de las leyes naturales que rigen nuestra vida terrena, y nos sitúa a otro nivel en la creación de Dios, que está en todo y en todos, menos donde subyace el pecado. Podemos encontrar a Dios básicamente donde hay fe, esperanza y amor, allí donde acontece el bien, donde hay amor y verdad.
El cristianismo es una religión de respeto por los animales, que están en la Tierra para que los cuidemos, para compartir con ellos la naturaleza y no para matarlos o maltratarlos. Los animales también son criaturas de Dios y elementos esenciales de la creación. Nuestra responsabilidad hacia estos es inmensa.
Dios viene al mundo para traer la luz de la salvación. Es la fuerza de la fe cristiana, que ha hecho avanzar al mundo y a la humanidad. Cercana la muerte, el ser humano se vuelve más espiritual y siente esa energía que confiere la resurrección. Llegado ese momento, todos comprendemos que la acumulación de bienes, influencia, honores, distinciones, etc, no es lo auténtico ni lo esencial en la vida. Lo es la identidad de cada uno, su alma verdadera, que hará posible resucitar la esencia humana que lleve cada cual en ese viaje al más allá.

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Image to accompany Chapter 3 of encyclical 'Lumen Fidei'

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