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Ley Clay Hunt para veteranos de guerra

Una de las situaciones más escandalosas que se producen actualmente es la que se refiere a miles de veteranos de guerra estadounidenses, hasta el punto de que, según un estudio publicado en Annals of Epidemilogy, la tasa de suicidios entre veteranos de Irak y Afganistán es un 50% más alta que el resto de la población; lo que determina una cifra de 22 suicidios por día, aproximadamente 8.000 por año.
Para intentar cortar esta sangría se ha aprobado el pasado mes de febrero un proyecto de ley  bipartidista que ayuda a la evaluación, atención y prevención de suicidios entre veteranos de guerra, así como mejoras en la salud mental de los mismos.
No ha sido fácil sacar adelante esta normativa. Los congresistas solo la han aprobado tras la lucha e insistencia de numerosas organizaciones de veteranos durante años. La ley llevará el nombre de Clay Hunt Suicide Prevention for America’s Veternas Act; Clay Hunt fue un marine que después de combatir en  Irak y Afganistán se suicidó en el año 2011. Para sacar adelante este proyecto de ley han trabajado algunos de los senadores más comprometidos con los veteranos, como el republicano John  McCain. Thanks, John.
La medida exige a la Administración de Veteranos (VA) presentar ante el Congreso una evaluación anual de sus  programas de salud mental y prevención de suicidio, facilita el acceso de los veteranos a ayuda a nivel personal y busca atraer a más graduados de psiquiatría a la VA.
De acuerdo a los datos del Departamento de Veteranos, cada 80 minutos un excombatiente se suicida. Otros deben soportar secuelas físicas y mentales durante toda la vida.

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Numerosos informes y estudios han puesto de relieve el problema, por ejemplo,«Perdiendo la batalla: el desafío del suicidio entre militares’’, elaborado por Dr. Margaret C. Harrel y Nancy Berglass, que llega a una conclusión escalofriante: aunque solo el uno por ciento de la población norteamericana sirve en las Fuerzas Armadas, un 20% de los suicidios ocurre entre veteranos’’.
Unas cifras que se incrementaron aún más después de las guerras de Irak y Afganistán, coincidiendo con el regreso de los soldados a sus hogares y comunidades, donde tenían que hacer frente a toda clase de problemas: sociales, de adaptación, de falta de empleo, vivienda, económicos y lidiar con una Administración que no respondía a las necesidades básicas y esenciales de los veteranos de guerra para llevar una vida digna.
Según señala un informe del Departamento de Trabajo, más de 900.000 veteranos de guerra, incluidos 35.000 hispanos, están desempleados y un cuarto de esa población no accede a una vivienda. El Bureau Económico indica que en el año 2010, 75.000 veteranos pasaron a formar parte de los desamparados que viven en las calles. Además de estas dificultades, hay que añadir los trastornos psicológicos, como el estrés postraumático (PTSD), que han provocado que el Programa Nacional de Salud Mental para Prevención de Suicidios reciba hasta finales del año 2014 más de 840.000 comunicaciones con peticiones de ayuda. Programas como este han permitido salvar a 18.000 veteranos del suicidio, quienes al regresar  a sus casas se sienten desconectados de la sociedad, lo que provocaba a menudo situaciones que terminan en desastre. Cuando muchos excombatientes se ven sin salidas y sin apoyos, caen en situaciones de depresión y se suicidan.
La lucha contra el suicidio no es solo un problema de la comunidad de veteranos, sino de toda la sociedad, especialmente en Estados Unidos, una idea que defienden las asociaciones de veteranos y que ha calado en los últimos tres años.

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Una sociedad como la estadounidense, que se precia de respetar y valorar el trabajo y el sacrificio de los soldados, puede y debe hacer más por los veteranos, además de aprovechar y disfrutar la libertad y oportunidades ganadas con sangre y sacrificio por estos. Algo extensible al resto de países que envían soldados a los frentes de batalla abiertos actualmente.
El único y gran impedimento para que la Ley Clay Hunt tenga éxito es su asignación económica. Es complicado que los $22 millones presupuestados tengan un efecto significativo en la reducción de los suicidios. Haría falta mucho más, algo en lo que deberán definirse los candidatos a la presidencia en 2016.
Quedan retos difíciles, pero inaplazables, como los numerosos turnos cumplidos por los soldados, la mejora del servicio de atención del VA, que ha sido bastante deficiente o subsanar los escándalos en hospitales, donde las larguísimas listas de esperas y una burocracia más preocupada en proteger su empleo que en atender pacientes, ha puesto en riesgo la salud de miles de veteranos y conducido a que algunos con depresión se hayan suicidado.
Resulta tan importante que las autoridades presten atención al problema del suicidio de los veteranos ahora, como lo es prevenirlo con una formación adecuada antes del combate, que lo puede destruir física y mentalmente; una preparación a la que no todos los soldados tienen acceso, sobre todo en unidades consideradas regulares y no de elite.
En suma, la Ley Clay Hunt es positiva, pero queda mucho por hacer en la ayuda a los veteranos.

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